A pesar de que han transcurrido once años desde que el fallecido presidente Hugo Chávez acuñara el término de socialismo del siglo XXI, sugerido por su mentor ideológico Heinz Dieterich, todavía hoy los venezolanos no entienden de qué se trata. Más bien se ha convertido en una gran farsa de quienes se tildan de revolucionarios, pero aman las virtudes del capitalismo y sus lujos.
Este movimiento político, que no es más que una sarta de anécdotas, consignas y lugares comunes, no tiene ningún fundamento ideológico, sino el simple afán de controlar el poder y. claro, las dádivas que de él se obtienen. Naturalmente, tomando en cuenta la realidad, luego de las elecciones del 14 de abril de 2013, cuando fue escogido el actual presidente Nicolás Maduro, donde prevaleció el cuestionamiento y la suspicacia en aquel proceso comicial, se pudo evidenciar desde el inicio una clara falta de liderazgo, secundado por un equipo de mediocres, que han convertido al país en un campamento de refugiados. Es el espejo de esa supuesta izquierda, que no tiene ni paradigma de orientación ni rumbo estratégico, es decir, no hay proyectos de largo plazo, solo operativos.
Este supuesto socialismo del siglo XXI, que considera una democracia participativa y una economía no basada en el mercado, se agotó en el año 2010. Sin embargo, desde entonces han tratado de mantener a flote un régimen que no tolera precios bajos del petróleo, controles y profesa la miseria como una virtud.
En este momento histórico que vive nuestro país, el Poder Ejecutivo no está a la altura de las necesidades, pues la nación exige un cambio de modelo; pero las limitantes que tiene le impiden tomar decisiones, ya que tratan de emular a su mentor, no solo con la vestimenta y ademanes, sino con decisiones equivocadas.
No se han preocupado por estructurar un gobierno, sino por montar una comedia, que supuestamente combate la corrupción contra una hipotética guerra económica, liderada por empresarios apátridas y oligarcas, asesorados por el imperio. Enemigos inventados, para ocultar la inflación por encima de 100%, la escasez de alimentos y la inseguridad que ha diezmado a la población.
Ahora, con el poder otorgado a la asamblea nacional constituyente, tratarán de aumentar los controles y reglamentarán las importaciones, dando una sensación ficticia de combatir la inflación. Esto se convertirá en populismo, pues el problema económico se enfrenta con políticas justas y generando confianza, flexibilizando los controles y propiciando la productividad, no con las expropiaciones, inseguridad jurídica y la creación de enemigos falsos. Es obvio que el fin último es la estatización total.
En estos 18 años han malgastado todos los recursos, sin pensar en el futuro. Convirtiendo al venezolano en mendigo de sus derechos y en traidor de sus deberes. Eso sí, experto buscador de pan, leche, papel higiénico y margarina, pero manteniéndolo en los umbrales de la miseria, devengando un sueldo que no llega a 15 dólares al mes, para que siga siendo un pedigüeño de las migajas que le da la revolución.