COLUMNISTA

La falla de San Andrés

por Rubén Osorio Canales Rubén Osorio Canales

Repaso nuestra historia más reciente, con detenimiento reviso la impresionante acumulación de males y aberraciones sembradas por el castrocomunismo en nuestro país y lo más sencillo y expedito que me vino a la mente a la hora de compararlo con algo es que la nación está sobreviviendo sobre una falla parecida en su amenaza destructora a la falla de San Andrés, que discurre en California a lo largo de 1.300 kilómetros, atravesando ciudades y pueblos, que están bajo la amenaza constante de sismos y tsunamis devastadores, solo que la falla nuestra, la generada  por la mentira revolucionar desde hace veinte años, discurre a lo largo y ancho de 912.000 kilómetros de nuestra geografía, sin contar el Esequibo. Y uno se pregunta: ¿cómo pudo suceder algo así?

Con esto quiero significar que con menos de la cuarta parte de los abusos de poder que han sucedido y siguen sucediendo en este nuestro otrora hermoso país que estamos obligados a rescatar, con todos los males creados por el régimen a lo largo de nuestro territorio, habríamos visto en cualquiera de los países vecinos y más allá una rebelión popular que habría hecho tambalear a la más dura de las dictaduras; sin embargo, esto no ha sucedido, y en cambio no dejamos de constatar todos los días en nuestra población una mezcla de miedo, rabia contenida, resignación, abandono, conformismo, por decir lo menos, inaudito, mientras vemos cómo crece la tragedia vertical que pesa y cae sobre nuestras vidas.

No deja de sorprender cómo, ante la acumulación  de males y aberraciones producidos por un régimen que sin pudor se conduce por las sendas de la alevosía, el ensañamiento y la represión, la protesta espontánea con su rabia acumulada por los abusos de veinte años de dictadura no aparece, ya no digo sin límite de tiempo, que es lo que debería ocurrir, en un escenario que lo está exigiendo desde los tiempos de Chávez, el más grande traidor de las clases populares que ha dado nuestra historia, sino de manera contundente y organizada, y con un propósito claro  en el mensaje que le haga sentir al régimen que hay un pueblo enfurecido y que no solo los días de abusos están contados, sino que cada uno de los malhechores pagarán por los daños ocasionados.

Las razones para que esto no haya ocurrido son múltiples y tienen como origen el proyecto totalitario que el régimen fue ejecutando, pero que no pueden ser,  ni entendidas, ni asimiladas, sin que consideremos entre sus causas mayores la falta de conexión de un liderazgo opositor, con los reclamos de la gente, sobre todo  al no mostrar ese liderazgo, una total coherencia en su razón de ser y en sus propósitos, que nunca pueden ser los objetivos de una tolda política determinada, o de un líder en particular, sino los de toda la gente que habita en este país y que al no encontrar una guía que lo aleje de la duda en cuanto al qué hacer, prefiere tomar los caminos, siempre  dramáticos y frustrantes, o de permanecer aquí con la resignación colgada en sus conciencias, o ese doloroso, y en ocasiones trágico camino que se esconde en la diáspora. Será por eso que cuando escucho hablar de transición me pregunto si los venezolanos estamos entendiendo bien el término, si sabemos cuándo comienza, cuál es su duración, cuáles los obstáculos que se deben vencer, cuáles los requisitos para que se haga, más que posible, real, operativa y a la vista de todos y nos permita incorporarnos a todos, como un solo hombre, a su defensa y ejercicio.

Me pregunto si al menos contamos con una mayoría clara y definitivamente consciente de los obstáculos que tenemos por  superar, que son muchos y muy grandes, que no basta con la salida de Maduro y de toda las mafias enquistadas en la periferia y en el centro del poder, y que para entrar en una verdadera transición es menester, antes que todo, definir quiénes son los llamados a conducirla y esto no es posible sin un acuerdo entre las fracciones proponentes, incluidos los disidentes del chavismo.  Ese paso, según mi criterio, indispensable para poder lograrla y emprender un camino pleno de obstáculos y peligros, con las esperanzas de salir airosos, todavía no se ha dado, lo cual es una pésima señal, porque mantiene el descontento y el repudio que siente 90% de los venezolanos por el régimen, en terrenos estériles y no abonables, como son la inercia y la falta de rumbo cierto, hecho que un régimen perverso, pero sediento de tiempo y de treguas, aprovecha hasta la última gota. 

Está claro que no podemos exigirle a una sociedad brutalmente polarizada que, de la noche a la mañana, congele su ira de tantos años, ni que un pueblo acosado por una desinformación criminalmente organizada, de pronto tenga claras todas las condiciones que hay que entender y asimilar para enrolarse en tan digna causa y, lo que es más importante, entender y hacer suyas las razones para defenderlas, pero si podemos exigirle, al pueblo que sufre más perseverancia y contundencia en su protesta y a quienes fungen como líderes opositores, que mediante mensajes realistas y claros le digan a ese pueblo atemorizado y  desinformado deliberadamente por el régimen, dónde estamos parados, cuál es la agenda y de qué tamaño es el esfuerzo a realizar para que el anhelo de cambio se materialice y todos nos incorporemos a su consolidación. Solo así escucharemos la viva voz del pueblo oprimido. 

Sin esa unidad en la base descontenta, entendiendo por base descontenta esa población que sufre los maltratos del régimen, no hay, ni habrá la transición hacia la democracia que todos estamos esperando, eso pueden escribirlo; pero en cambio lo que sí puede ocurrir es que, con una apariencias de transición, desde todo punto de vista indeseable, cuando ya Oslo, Suecia o Barbados no den para más, cuando las voces del Comando Sur se silencien, las de la diplomacia sigan sin surtir efecto, como quien dice a la hora de las chiquiticas, desde las entrañas mismas del poder, una fuerza logre sacar a Maduro del juego para imponer a otro u otros del mismo signo o parecido, una junta por ejemplo, que amanezca en Miraflores con promesas de moderación y cambiando aquellas dos, tres cosas que hacen la de Maduro una realidad invivible, añadiendo al discurso el tema de las elecciones libres a ser efectuadas “cuando las condiciones objetivas y otras circunstancias así lo determinen”.

Ambigüedad retórica siempre a la disposición de regímenes con ínfulas de provisional, cuestión que por estos predios reviste una alta peligrosidad.  Esto puede parecerle a mi querido lector un ejercicio de  fabulación, pero la mala noticia es que no lo es. Nadie puede dudar que esa fórmula, no tan secreta, se barajea desde que comenzó la crisis en los predios oficiales, sin haber conseguido, hasta el momento, ni la aprobación cubana, ni el consenso necesario porque el grupo de intereses es muy numeroso, ni la fórmula por las oscuridades naturales que presenta, ni él, o los candidatos que la hagan creíble. Pero le puedo asegurar que esa fórmula que encuadra perfectamente en el principio fundamental del gatopardismo, “que todo cambie para que todo siga igual”,  aun no siendo del agrado del castrocomunismo, está en pie porque  pragmáticamente, y miren que los comunistas saben de pragmatismo, los llevaría, no solo a evitar una guerra que tendría totalmente perdida y ellos lo saben, sino a impedirle el disfrute del poder y de las riquezas mal habidas. Lo malo es que con esa fórmula nuestra falla de 912.000 kilómetros sobre ciudades y pueblos de Venezuela seguiría estando allí, sin alejarnos de la  posibilidad de sufrir tsunamis y terremotos que completen la destrucción en marcha.