“El que busca la verdad corre el riesgo de encontrarla”. Manuel Vicent.
He dedicado más de 40 años a la docencia universitaria y confieso que he seguido una regla siempre; decir lo que siento como la verdad, cuidando de no transmitir demasiado mi verdad, para dejar también colar la de los demás que constituimos nuestra comunidad.
Pero la verdad se suele consustanciar con dos nociones siempre presentes en nuestra dinámica existencial; el bien, al que nos enseña Aristóteles apunta nuestra acción y, el bien común que, va más allá porque está marcado de un afán trascendente inclusive de articulación comunitaria.
Por eso, la ética es personal, es discernimiento, es normación y auto limitación y la política es, más extensa que nosotros mismos como para concernir a todos, es responsabilidad de uno y de otros, como nos instruyó Weber quién además precisó que es menester distinguir la acción ética por convicción de aquella por responsabilidad.
Siendo así, es menester comprender e interiorizar el thelos de la ley de universidades a partir de sus disposiciones iniciales. Artículo 1. La universidad es fundamentalmente una comunidad de intereses espirituales que reúne a profesores y estudiantes en la tarea de buscar la verdad y afianzar los valores trascendentales del hombre. Artículo 2. Las universidades son instituciones al servicio de la Nación y a ellas corresponde colaborar en la orientación de la vida del país mediante su contribución doctrinaria en el esclarecimiento de los problemas nacionales. Lo que nos ubica en una situación comprometida, pero de imprescindible naturaleza y obligante talante.
Debe la universidad buscar la verdad en procura de la dignidad del hombre de un lado, y del otro debe servir a la nación orientándola y elucidando desde la atalaya del saber, su problemática y asumo, además, proponiendo soluciones y eventualmente reparaciones.
Sabemos de la vulnerabilidad que el chavismo que nos gobierna, militares y civiles, ha inficionado al cuerpo del país. No es una especulación, no es una mentira, no es una ofensa. Carecemos de todo. Alimentos, medicinas, equipos, repuestos, servicios nos falta como nunca lo sufrimos antes o al menos en los últimos 60 o 70 años. La economía, la producción, la industria en veloz y sostenida caída, en un abismo insolente que nos empobrece y lacera material y espiritualmente.
Los servicios adolecen de la falta de casi todo, salud y educación avergüenzan y ni hablar de la seguridad que nos coloca frente a una ruleta diaria que pareciera en cada esquina dispararse contra nosotros o nuestra familia, amigos, parientes, compatriotas. Disfunción permanente del aparato público en cualquier orden, no hay gasolina, aceite, justicia.
El Estado desagregado es sustituido por bandas y mafias criminales que operan desde las cárceles o en las carreteras, secuestrando, robando, atracando, violando, asesinando mientras las fuerzas de seguridad contaminadas manifiestan su incapacidad, su incompetencia o se suman al depredador. Los militares abusando y en especial la GNB en todas partes, mordiéndolo todo, relacionados como dice la prensa, con tráfico de drogas y de bienes de consumo, comercio de personas y demás contrabandos.
No hay novedad en lo que escribo, pero lo hago para dejar claro que es lo que vivimos y padecemos sin que se conmueva o resienta la clase gobernante para nada. Por lo cual, la universidad ha de reaccionar, denunciar, protestar, gritar la verdad que nos despoja de nuestros más elementales derechos, pagando el costo que sea menester pagar. Salgamos del silencio suicida, de la resignación cómplice.
La universidad no anda con armas de fuego ni pertrechos. No las tiene ni las usa como si hace el gobierno con uniformados y sicarios colectivos a quienes se les debió imputar varios centenares de muertos en estos años, sindicados del delito de reclamar y alzar su voz en procura de audiencia para las demandas populares. La universidad tiene la razón y el derecho con lo que cabe presionar a quienes solo saben y pueden fracasar.
Las universidades pueden y deben servir a la organización social, política, económica e inclusive, ser plataforma desde donde se teja una oposición coherente, consistente y honrada. Sin más ambición que la de ser faro en esta tempestad de cobardes, pusilánimes, maledicientes, oscuros del alma, que hacen todavía mas perniciosa la tragedia de esta patria que ha visto a sus instituciones capitales venderse a cambio del enriquecimiento de una satrapía de inmorales y saltimbanquis de ocasión.
La universidad venezolana esta llamada a jugar un rol que rescate la verdad y muestre el camino para rehacer al país y recuperar, además, la dignidad perdida.