Con los crespos hechos se quedaron en la sede del gobierno de Pekín cuando las autoridades de Estados Unidos, México y Canadá conjuntamente anunciaron al planeta que habían suscrito un acuerdo comercial tripartito y sustitutivo de Nafta (North American Free Trade Agreement).
Un año entero tardaron en limar asperezas surgidas entre los 3 grandes países. El pacto trilateral dado a conocer el 1 de octubre se llamará Acuerdo Estados Unidos-México-Canadá –USMCA, por sus siglas en inglés–, y tiene como propósito modernizar el viejo tratado que databa de hace más de 20 años y que se había convertido en un escollo importante en la relación de Estados Unidos con sus socios en América del Norte. Luego de los desentendimientos que ya forman parte de la dinámica habitual de las relaciones entre Estados Unidos y cualquiera de sus socios comerciales, las tres naciones llegaron a un modelo de relación comercial que busca profundizar su integración colectiva.
Hasta allí todo suena a una historia de paz y amor que abarca un universo de 490 millones de consumidores. Si no fuera porque un importante Caballo de Troya pareciera estar en el trasfondo de este trascendente acuerdo. Y es que desde hace cierto tiempo tanto México como Canadá se encontraban en tratativas exploratorias con los entes de comercio exterior chinos para armar pactos comerciales bilaterales beneficiosos para los dos lados del Pacífico.
En el nuevo convenimiento comercial entre Estados Unidos, Canadá y México el Departamento de Comercio de Estados Unidos se las agenció para incluir una cláusula en su Capítulo 32 que estipula taxativamente que están vetados pactos de libre comercio de parte de los socios con terceros países en los que no impere una economía de mercado. De ocurrir algo como lo citado, Estados Unidos se retiraría del USMCA.
Tanto en el caso de Canadá como en el de México, los 2 países habían adelantado ya acuerdos parciales y sectoriales que quedarán en suspenso o que deberían ser revisados a la luz de este veto. México, por ejemplo, en el transcurso de este año, había visto crecer la relación comercial de bienes agropecuarios con China 57% con respecto a 2017, lo que representa un monto de 320 millones de dólares, todo ello dentro del marco de un acuerdo de cooperación que incluye productos como el cerdo del lado chino y los berries del lado mexicano. En el caso canadiense, renunciar a un trato preferencial con China no representa tampoco poca cosa. Los 2 países llevan 2 años en conversaciones que no se materializan aún en un tratado, pero las cifras que se le han sido presentadas a Justin Trudeau calculan que las exportaciones canadienses podrían crecer hasta 7.700 millones de dólares dentro del marco de un convenio recíproco con China y que pudieran crearse 25.000 empleos canadienses.
Así las cosas, es preciso reconocer que el nuevo paso integracionista con el resto de América del Norte liderado por el gobierno de Donald Trump y anunciado con gran fanfarria es un gesto en la dirección correcta hacia dos de sus más cercanos socios comerciales, pero, del mismo modo, las cláusulas restrictivas que incluye constituyen una camisa de fuerza para las relaciones de estas dos naciones con terceros países y una abierta bofetada a la política comercial de China con el mundo occidental.
China aún no reacciona públicamente, pero Europa sí. Los articulistas de los medios económicos ya comenzaron a preguntarse lo que sería de la relación de las naciones europeas con China si una exigencia de esta naturaleza fuera puesta sobre el tapete por la administración Trump.
Vientos que anuncian tempestades.