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¿Estamos perdiendo el foco?

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La visibilidad que ha adquirido el drama humano de los migrantes venezolanos en la escena internacional está sirviendo para que el mundo entero entienda que es preciso hacer algo desde fuera de nuestras fronteras para resolver la desgracia que aqueja a millones de personas en nuestra tierra.

Cada uno de nuestros “expulsados de circunstancia” se ha convertido en un embajador de nuestro país por fuera de las fronteras patrias en la mala hora que atravesamos y en medio de la debacle económica social y de salud provocada por la administración tiránica de Nicolás Maduro.

Mientras los altos jerarcas del gobierno no ignoran pero sí niegan la existencia de esta flagrante realidad, el tema, con toda la crueldad que le es inherente, está siendo examinado y analizado en cuanto foro multilateral regional y mundial existe por la dimensión adquirida y por las características de este éxodo. Sobran las demostraciones gráficas –periodísticas y particulares– de su dramatismo. Solo la semana pasada, el tema fue debatido en la OEA, en el Parlamento Europeo y en reuniones multilaterales de alto nivel de la región latinoamericana. Son varias las convocatorias a aportes de fondos públicos que se han puesto en marcha de parte de países amigos para mejorar las condiciones de vida de nuestros emigrantes y para colaborar con los países que acogen a los expatriados en el manejo eficiente de este contingente de dolientes que supera varios cientos de miles de personas.

Sin embargo, flaco servicio le haríamos a Venezuela si permitimos que la atención que se le debe a este dramático hecho solape y desvirtúe la comprensión del problema que nos aqueja y que es el que genera el abandono de la patria. No podemos permitir que, en la atención desesperada de la migración inhumana a la que asistimos, los países terceros y sus líderes y las organizaciones multilaterales pasen por alto que la causa eficiente de esta avalancha de individuos hambreados y en busca de soluciones para sí y para sus familias son las acciones de un criminal gobierno que lo ha hecho posible, con su más destacada característica que es la de ser un régimen dictatorial, corrupto y violador de todos los derechos humanos de su propia ciudadanía.

La necesidad de que la comunidad internacional se haga presente con la ayuda que el gobierno no quiere permitir para no reconocer su responsabilidad puede al fin convertirse en un fin en sí mismo, y poner en un segundo plano lo que es la causa eficiente de todos nuestros males que es el ejercicio irregular y tiránico del poder para obtener prebendas y riqueza personales y para implantar un modelo de sociedad equivocado en contra de la voluntad de la población y no para generar bienestar y felicidad a los gobernados.

Lo primero a exigir a los dirigentes de la oposición venezolana es centrar el foco de su atención en poner en evidencia ante el mundo que nos observa que tanto la quiebra económica del país como los destrozos humanos que han provocado inmisericordemente son no solo un problema de orden humanitario, sino un tema de orden político. Que vienen de la mano con la falta de libertades de toda índole y con una persecución criminal de todo género de disidencia. Que la permanencia del venezolano en el país y el goce de los derechos ciudadanos están siendo condicionados a una irrestricta lealtad al régimen.

Sí. La comunidad de naciones debe colaborar con la ciudadanía venezolana usando las vías que están su alcance para provocar el retorno a la institucionalidad y el castigo a los perpetradores de los crímenes que han originado la espantosa debacle que se manifiesta con la huida de los ciudadanos.

La defraudación del Estado, el incumplimiento de los compromisos y la violación de principios de todo gobierno legítimo deben recibir creciente atención internacional. La violación de manera grave, masiva, persistente y sistemática de los derechos humanos, por igual.

Estemos alertas: el doloroso drama de la eyección de los ciudadanos es parte del problema y seguramente su arista más visible, pero no su única manifestación.

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