El cuerpo del régimen que depreda a Venezuela fue robusto en el pasado. Esta fortaleza la dieron el precio del barril de petróleo a más 100 dólares, la comprensión o apoyo de la comunidad internacional mayoritaria, entusiasmos varios en la Fuerza Armada, y una extendida simpatía popular en las calles del país. Hoy no queda de ese cuerpo más que el esqueleto, con algunos trozos de músculos aguados y podridos pegados en jirones de aquí y de allá, algún ojo desorbitado y las tripas como un colgajo hasta las rótulas. La revolución que iba a redimir a los condenados de la tierra, con todo y sus venas abiertas, con su patria y su muerte, se ha convertido en ese lamentable esqueleto que hiede y asusta, sin dólares; condenado por las naciones; con un estado de rebelión militar de acuerdo con sus propias confesiones; y sin apoyo popular, en medio del hambre, la miseria, la necesidad, de millones. Sin embargo, queda la pregunta de cómo y por qué se sostiene. Cómo esta que fue regordeta revolución, que se desplazaba cómoda por caminos recién asfaltados, anda ahora a rin pelado por ese pedregrullero.
Este régimen está sostenido sobre el terror. Sus instrumentos son el Sebin, la DGCIM, algunos colectivos (varios se han deslindado de Maduro), las unidades antimotines de la Guardia Nacional y la Policía Nacional, el grupo del general Padrino López y del almirante Ceballos Ichaso. Estos elementos constituyen el esqueleto del régimen. Son pocos, pero no son poca cosa. No ejercen el poder sobre una sociedad que los reconoce sino sobre una que los repudia; pero, al fin y al cabo, tienen las escopetas.
Sus métodos son temibles. Su recurso es la represión. Siempre han apelado a la represión policial, militar y judicial; sin embargo, más recientemente, han perfeccionado sus técnicas: el uso más indiscriminado de la tortura (antes se cuidaban de practicarla con los militares, ahora no); las razzias contra las familias, a las que secuestran como rehenes para lograr la captura de los que buscan; el uso de “casas del terror”, sitios de retención y tortura no oficiales; y la acción de estructuras paralelas dentro de las propias instituciones represivas que actúan en algunos casos por la libre, conectadas con la estructura judicial, para extorsiones.
Lo que no parecen saber los que constituyen este andamiaje es que el terror sin ninguna legitimidad política infunde un miedo inclemente en la sociedad sobre la cual se ejerce; pero, es tan insidioso e infeccioso que se vuelve, en algún momento, contra sus autores. El esqueleto zombi se mueve pero lo espera la cripta.
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