“…y el pobre en su choza, libertad pidió…”.
Himno Nacional de la República de Venezuela
La semana pasada se conmemoró un nuevo aniversario de la Declaración de Independencia de la entonces Capitanía General de Venezuela del Reino de España, y lejos de poder celebrar las conquistas alcanzadas como nación a partir de esa proclama política, que abrió paso a la constitución de la República luego varios años más de guerra y sufrimientos, los venezolanos de hoy somos testigos de la pérdida de la independencia, de la soberanía y de la libertad de nuestro país, a menos de un régimen tiránico, criminal, traidor a la patria y de indudable vocación totalitaria.
Paradójico que el país que fue cuna del proceso emancipador de la región, hoy presente esta trágica y lamentable situación, que está mereciendo la atenta consideración y apoyo de las demás nacionales hispanoamericanas. ¿Acaso dejamos los venezolanos de querer y valorar la libertad?
Cada época es diferente y presenta sus propias peculiaridades y desafíos. Sin embargo, la lucha contra el despotismo, la tiranía y la crueldad del poder siempre presentó rasgos similares, y, al menos desde el reconocimiento del individuo y sus derechos inalienables en la historia, se ha basado en ideales, argumentos y fines concretos, entre los que siempre se incluye el romper las cadenas de servidumbre impuestas por un poder absoluto.
Por el contrario, ni en la antigüedad, ni en el medioevo, ni en la modernidad, la lucha por la libertad implicó la exigencia de nuevas formas de servidumbre, en nombre de la lucha contra la pobreza, la paz, la igualdad o la “justicia social”, frente al poder arbitrario que se combatía o ante nuevas formas de poder autoritario surgidas tras el derribo de las previas.
Se combatía a través de las palabras y de las armas por vivir en libertad política, moral, económica y social, y por lograr un marco institucional acorde con esa aspiración, en el que al ejercer la autoridad no se persiguiera anular la autonomía y dignidad de los ciudadanos.
Dada la desconfianza en el poder, y más aún en el poder ilimitado, no se buscaba a un tirano benevolente, un paternalismo autoritario o un caudillo que reemplazara a los reyes, sino un gobierno limitado, respetuoso de la soberanía popular y de los derechos de quienes le habían constituido.
Dado que el poder ilimitado no entiende de razones, concesiones y negociaciones, sino de imposiciones, abusos, crueldades y violencia, quienes asumieron la lucha contra formas autoritarias y totalitarias de poder en diferentes momentos de la historia tuvieron muy claro, desde el principio de su gesta, que no sería a través de acuerdos o diálogos que se lograría quebrar la persistencia despótica del régimen ilegítimo, que tampoco ello se lograría por medio “del voto” o a través de acciones judiciales ante tribunales controlados por el mismo régimen que se quería deponer.
Por ello, lucharon, con el verbo, con las armas, con alianzas, internas y externas y, sobre todo, lucharon con coherencia, lealtad y fidelidad a ideas liberales, sin cambiar el discurso y los objetivos según lo que la coyuntura, el interés personal o la “última encuesta” señalara. Menos aún incurrieron en fatales contradicciones que brindaran vitalidad a alguna acción o propuesta de las tiranías a las que se enfrentaban (por ejemplo, nunca habrían aceptado, como se ha propuesto recientemente, acudir bajo la hegemonía tiránica de la ANC castrista y sin elecciones auténticas, a un referéndum para aprobar o no la “nueva constitución” comunista que se prepara bajo la dirección de los hermanos Rodríguez).
Hoy día, acaso por influencia del racionalismo constructivista, de las nuevas tecnologías y de los hondos complejos de muchos científicos sociales y políticos ante su incapacidad de predecir como se predice en las ciencias naturales, en las luchas por la libertad de inicios de este siglo XXI se menosprecia la importancia y utilidad de las ideas para dotar de legitimidad, apoyo y eficacia a la acción política orientada a deponer un régimen autoritario o totalitario que se niega a abandonar el poder.
Ese menosprecio se advierte en las excusas ofrecidas para expulsar de la acción política el empleo de las ideas. Por ejemplo, se insiste en que a los pobres no les interesa la libertad, y que lo importante para ellos es votar, sin importar las condiciones electorales, y que “les den” comida, medicina, transporte o salario mínimo. No les interesa Estado de Derecho, libertad de expresión, propiedad privada y libertad individual.
En realidad, esa postura oculta los verdaderos intereses de quienes dicen pelear por la libertad, pero que en realidad lo hacen por sus privilegios y beneficios personales o de grupo. Esto último los convierte en agentes del régimen tiránico, y les hace estar, como el Cottard de La Peste, más interesados en su continuidad que en su caída.
Lo más grave, es que estos agentes, en muchos casos, además de intereses y privilegios, comparten también ideas políticas con los representantes de las tiranías, al ser igual que ellos populistas, socialistas, estatistas, antiliberales y mercantilistas, por ejemplo, lo que de forma inevitable los enfrenta a lo que aquí se llama “el espíritu del 5 de Julio”.
¿Cuál es ese espíritu? No otro que el ideal libertario adoptado por personajes como Roscio, Yánez y Mendoza primero, y luego por Vargas, Michelena y Páez, entre tantos otros, como opción ante el ejercicio despótico del poder político del entonces Reino de España. Estos venezolanos decidieron, a pesar de todos los riesgos personales que ello implicaba, romper con esas cadenas y avanzar en la conquista y consolidación de una república liberal, tal y como la caracterizó Luis Castro Leiva en su obra Sed buenos ciudadanos.
Entre los fines de los verdaderos padres fundadores de la República de Venezuela, como los llama Giovanni Meza Dorta en su indispensable libro El olvido de los próceres para diferenciarlos de los usurpadores del poder en nuestra historia, no se encontraba la ruptura con un poder político absolutista para imponer un sistema político paternalista, caudillista o militarista.
El espíritu del 5 de Julio, plasmado en las constituciones de 1811 y de 1830, perseguía, más allá de la independencia política o autodeterminación, la instauración de un orden político en que el poder estuviera limitado por el derecho, los derechos individuales garantizados, la igualdad ante la ley asegurada y la separación de poderes fuera efectiva. Es decir, siguiendo a Hannah Arendt, no buscaba solo la liberación, sino, también y sobre todo, la libertad.
Gracias a ese espíritu, propio de la civilización occidental, y su arraigo en el pensamiento y la acción de múltiples hombres y mujeres de Venezuela durante los siglos XIX y XX, es que ese proyecto libertario original no murió a pesar de todos los reveses que ha sufrido, ni hasta la fecha ha logrado ser totalmente destruido por sus más enconados enemigos históricos, a saber, el militarismo pretoriano y el comunismo totalitario, ahora fusionados en el aberrante colectivismo llamado “chavismo”.
Dado que ese colectivismo busca por todos los medios liquidar definitivamente el espíritu del 5 de Julio entre nosotros, es pertinente por ello preguntar: entre los dirigentes y partidos políticos actuales ¿quiénes encarnan y actúan, dentro y fuera de Venezuela, conforme al espíritu del 5 de Julio? ¿Cuántos afirman actuar para recuperar la libertad arrebatada por el régimen chavista y avanzar hacia ese orden liberal no logrado hasta ahora, en lugar de hacerlo con la velada intención de restaurar el antiguo petroestado paternalista, corrupto, clientelar y socialista, que fue la causa eficiente del ascenso de Hugo Chávez al poder?
O, más en concreto, ¿quiénes proponen al país Estado de Derecho, democracia política real, derechos fundamentales, mercado competitivo y oportunidades de ascenso sobre la base del trabajo, como fórmula para la reconstrucción del Estado y la nación, en lugar de misiones, poder popular, dolarización del salario mínimo, proteccionismo económico, más dependencia petrolera y desprecio hacia las ideas de libertad, tal y como lo hizo en 2016, como presidente de la Asamblea Nacional, el diputado Henry Ramos Allup?
Sin duda alguna, mientras que en el exterior de la República reconocidas figuras como Diego Arria y Antonio Ledezma encarnan ese espíritu libertario del 5 de Julio, dentro del territorio nacional, entre otras personas que actúan en otros ámbitos de la vida nacional, en el político ese espíritu lo encarnan heroicamente María Corina Machado y los integrantes de esa nueva esperanza para la libertad en Venezuela que es el partido Vente Venezuela.
Prueba de lo anterior son los ataques recurrentes que tanto Machado como Vente en su conjunto reciben no solo de la tiranía chavista, sino también de los dirigentes, partidos, intelectuales, periodistas, locutores, académicos, empresarios, círculos “de notables” y otros sectores de las élites socialistas y, por tanto, conservadoras del país, agrupadas en los restos de la MUD o en el virtual Frente Amplio, que quisieran la salida del chavismo del poder, sin duda, pero no para dar paso al orden aspirado por los “verdaderos padres fundadores” de la República, sino para la restauración de sus infames privilegios, bajo la acción del peroestado consolidado a partir de 1975.
Esos ataques deberían servir para terminar de convencer a nuevas y antiguas generaciones de venezolanos, que ya saben lo que es vivir bajo el estatismo y el socialismo, de que ni el chavismo es una opción para el país, ni tampoco lo es el antiguo bipartidismo socialista que allanó el camino de la actual tiranía.
La opción, para los venezolanos de hoy, ha de ser una que nos acerque, tomando en cuenta las condiciones de nuestro propio tiempo, al ideal republicano, liberal y democrático del 5 de Julio, el mismo que ha permitido que países como Chile y Uruguay, por ejemplo, estén avanzando poco a poco hacia el desarrollo en libertad, y alejándose cada día más del populismo y el autoritarismo. No uno que nos diga que la alternativa al totalitarismo es el estatismo populista, clientelar y socialista.
De cara a la próxima conmemoración del 5 de Julio, en 2019, ojalá la suerte de la República de Venezuela sea otra, gracias a que cada vez más compatriotas se hayan sumado a este espíritu libertario de nuestra independencia del despotismo, y que en especial entre las filas de los defensores de la libertad críticos de Machado y Vente, quizá por juzgar el sentido de la realidad con que se ha de actuar en política desde las ficciones de Ayn Rand o las teorías de Murray Rothbard, se atenúan las legítimas reservas, y se sumen también a la batalla de ideas para rescatar de la oscuridad el alma de nuestra patria.
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