El gobierno de Maduro ha agravado todos los problemas en Venezuela, especialmente los de la salud y la alimentación, esta última, escasa e inadecuada, a pesar de que vivimos en un país bien dotado por la naturaleza para producir en abundancia.
Los gobiernos de Chávez y Maduro se las ingeniaron para acabar con el aparato productivo en desmedro de agricultores, ganaderos e industriales. Cinco millones de hectáreas –aproximadamente– han sido expropiadas por los dos mandatarios depredadores e incapaces, pues su único objetivo ha sido favorecer la corrupción a través de la importación de alimentos.
Nadie debería olvidar los escándalos en Mercal y en Pdval (Pudreval) hace unos años –con la putrefacción de toneladas de comestibles y el reempaque de leche vencida–, manejos en los que siempre estuvieron los cubanos. Los responsables de la corrupción y el empobrecimiento del país también hay que buscarlos en Cuba, país que ha venido actuando como un agente de importación financiada por los venezolanos; el gran negocio era importar para congestionar los puertos donde se pudría la comida que hacía falta para alimentar a los venezolanos.
Recientemente una red de corrupción ha sido vinculada al comercio de los CLAP, a través de empresas fantasmas que obtuvieron contratos para la compra y venta de los productos importados que contienen las cajas y se venden a través del carnet de la patria. Las bolsas de comida no bastan para subsistir sino para engañar al hambre; tampoco existe un reparto equitativo de artículos a través de unos Clap que no evitan la desnutrición, la anemia ni la muerte de los más débiles, niños y ancianos.
La Gran Misión Abastecimiento Soberano y Seguro no es más que otra falacia, el gobierno es maestro en el arte del engaño, nadie cree el cuento de que las sanciones son las culpables de que el pueblo no tenga medicinas ni comida. Encovi, la Encuesta Nacional de Condiciones de Vida en Venezuela, indica que “6 de cada 10 venezolanos han perdido aproximadamente 11 kilogramos de peso en el último año (2017) por el hambre”.
El verdadero legado del comandante Chávez ha sido la miseria y el hambre, y con Maduro se desató la hambruna, expresada en legiones de personas que rebuscan en la basura para tener algo con qué alimentarse. La carne y el pollo quedaron para el recuerdo. Miles de niños se encuentran desnutridos, sus padres no pueden enviarlos a la escuela porque no tienen qué darles de comer.
Es por eso que resulta obsceno ver a la pareja presidencial sucumbir a la tentación de la carne en un festín, en uno de los restaurantes más famosos de Estambul, ostentando el lujo expresado en el banquete, con habanos personalizados, Rolex incluidos, que dejan pálidos a los lingoticos de papel emitidos para incautos por el BCV. El show de Maduro con el chef Nusret Gökçe, apodado Salt Bae, revela un espíritu caníbal que devora cual un heliogábalo trozos de carne semicruda, mientras hay un pueblo hambriento y humillado que sobrevive a las penurias como un animal herido.
Maduro no se siente culpable por el cruel espectáculo de la miseria en Venezuela, transmitido por todas las cadenas y medios internacionales. No le importa en lo más mínimo. Lo más asombroso ha sido su respuesta al regresar de China, a donde fue a pedir plata para pagar las deudas y celebrarlo luego en la bacanal turca: ante el video que se volvió viral, despachó el bochornoso asunto enviando emocionados saludos al carnicero que por unas horas estuvo al servicio de su megalomanía. El gobernante disfruta del botín mientras en la comunidad internacional se barajan las opciones para derrocar finalmente a la dictadura.