La soledad de las calles. Noches de casas a oscuras. Ventanas clausuradas. Silencio que aturde. Risas ausentes. Rostros llenos de arrugas. Cabellos a merced de las canas. Hoy salgo a enfrentar a una Caracas distinta. Suena a lo lejos Daniel Santos y me parece que su “Esperanza inútil” me restriega aún más el desamparo. Busco a nuestra juventud en las caras que se cruzan en mi camino. La cuenta decrece. Aumentan los adultos arrastrando sus tristezas: muchos, huérfanos de hijos. Tal vez hasta de nietos cuyas partidas de nacimiento los atribuyen a otras fronteras. Hijos y nietos que postergan las razones para regresar a nuestra tierra. Y lo entiendo… aunque me duela. ¿Creen que luego de 5, 10, 15 años los que se fueron quieren volver a Venezuela?
Es muy difícil la respuesta. Muchos de los que se fueron hoy tienen la vida establecida y arraigada en esos países a los que llegaron buscando lo que el nuestro les negaba. No es fácil la vida del emigrante. Sin lugar a dudas. Y aunque en oportunidades me dejo embargar por la esperanza de que regresarán, sobran argumentos para desechar la idea. Mis compatriotas, los que se fueron luego de los años de esfuerzo, luego de “comerse las verdes”, luego de pasar trabajo y someterse a la dura prueba de ser extranjeros, se acoplan. Encuentran nuevos amigos. Adoptan nuevas palabras. Incorporan a sus vidas nuevas reglas. Mis compatriotas, los que se fueron solteros y tienen años viviendo afuera, a la larga conocen a la mexicana, al español, a la gringa o al canadiense de quien se enamoran. Y comienzan la vida conjunta. Y se produce una mezcla de gentilicios que engendra nuevas costumbres entre las que no es raro encontrar hallacas durante la cena navideña.
Mis compatriotas, los que tienen años viviendo lejos de Venezuela, no olvidan sus raíces. Incluso, van al trabajo con una gorra que luce los colores de nuestra bandera. Pero la vida los obliga a adaptarse al país que los acogió. El país que, durante la estampida, les abrió las puertas. ¿Cómo negarse a una nueva nacionalidad, si después de muchos años quizá esa era la meta? Aun cuando el alma siga palpitando al ritmo de nuestra tierra es natural que la vida de los venezolanos que se fueron se adapte al estilo, las normas, los hábitos de sus nuevas patrias. Y a pesar de que quisiera decirles: “Todo pasó. ¡Por favor, vuelvan!”, es lógico que para muchos regresar no sea parte del plan. Aunque al principio, al momento del adiós en Maiquetía, lo fuera. Porque, para poder aguantar como extranjeros en otras tierras, adaptarse, es el primer requisito. Y luego pasa un día. Cambian las estaciones. Se acumulan los meses que luego sumarán años. La vida de mis compatriotas se va llenando de nuevas costumbres, nuevos propósitos: una casa, un carro, un trabajo decente que permite, más temprano que tarde una llamada a los padres que permanecen en Venezuela para informar la fecha de la boda o anunciar que tendrán un nieto que, probablemente, no sabrá decir en español “abuela”. Los venezolanos que han avanzado tanto con sus vidas en otros países, ¿pensarán en volver?
Días atrás Maduro les dijo a nuestros muchachos, a nuestros profesionales, a nuestra gente valiosa y preparada que se ha ido del país, que regresen. Una súplica que era muy mía, pero que no soporto en boca de Nicolás. Porque, no me atrevo a pedirles a esos compatriotas que se fueron que vuelvan a este país que él y el difunto destruyeron. Una Venezuela ruda, violenta, pobre, hambrienta, desahuciada e inhóspita que mantiene como rehenes a quienes nos negamos a abandonarla. No, pedirles a mis compatriotas que regresen no será mi ruego mientras este régimen tenga secuestrada a Venezuela. No mientras no existan garantías, ni libertad, ni seguridad, ni calidad de vida, ni independencia de poderes, ni democracia… esas que ahora disfrutan los que se fueron en otras regiones. Pero el tiempo está pasando. Y mis nietos y los nietos de mis amigos, seguramente, nacerán en otras tierras. Y mis hijos y los hijos de mis amigos alcanzarán en otros países sus metas. Por eso, con las pocas o muchas fuerzas que nos queden a todos los que permanecemos en Venezuela, la responsabilidad de la reconstrucción será nuestra. Aunque tengamos la esperanza de que algún día los que se fueron vuelvan.
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