Con un proceso electoral interno aún fresquito, como pan recién salido del horno, le tocó a España y a su gobierno definir un rol en el nuevo episodio que vive la batalla por la democracia en Venezuela. Especular es fácil sobre la interrogante del momento: ¿quién estuvo dando las órdenes en La Moncloa para que su representación diplomática en Caracas le haya metido el hombro a Leopoldo López como lo hizo, en el gesto más gallardo que haya tenido España en los últimos meses en relación con nuestro país?
La realidad es que poco importa.Porque lo cierto es que se nos brindó la oportunidad de ver al líder de VP crecido, maduro, sabio, aplomado y generoso con Juan Guaidó, hablar sobre la búsqueda de un norte para su país desde las puertas de la delegación diplomática de España. Que después el canciller Josep Borrell haya decidido asumir posición y advertir que no se autorizarán gestos políticos domésticos desde su representación diplomática no es sino un gesto cuerdo y razonable en política. Válido para nosotros, los venezolanos.
Lo trascendente de todo este capítulo es que la nación ibérica, con las acciones que ha protagonizado en Caracas en las últimas horas, ha recuperado el rol que debe desempeñar en todo lo latinoamericano frente a sus socios de la Unión Europea. Nadie en el viejo continente como España sabe cómo se bate el cobre en nuestros países; nadie puede contribuir como España a aportar soluciones a nuestros entuertos; nadie puede como España, llevar de la mano a los países europeos a través de los vericuetos de nuestras luchas;nadie puede como España, aquilatar la trascendencia global que tiene el devolverle a Venezuela la senda de la cordura política y del progreso económico y detener la perniciosa influencia que el gobierno fallido de Nicolás Maduro pretende exportar al resto del subcontinente. Más que nada, nadie puede como España conocer los costos de la pérdida de las libertades, los escollos del retorno a la democracia, las dificultades de la reconstrucción de las instituciones y la recuperación de la confianza en la justeza del gobierno.
Desde la llegada del PSOE al timón de la política española, ese país estuvo dando bandazos en lo atinente a Venezuela. Ello lo hemos estado deplorando porque su falta de posicionamiento firme lo que ha provocado es que los restantes países de la UE se hayan querido embarcar, como lo han hecho, en un proyecto soso –el del Grupo de Contacto– instancia que sigue blandiendo el estandarte de nuevas y prontas elecciones cuando está clarísimo que tal aspiración es una quimera mientras en Miraflores siga sentado Nicolás Maduro acompañado de los gorilas cubanos y soportado por movimientos como el ELN, las FARC y Hezbolá.
Poco importa cómo ocurrieron los hechos. Conservaremos en la memoria el apoyo español a la gesta tan desigual que se libra en suelo patrio y todo ello en medio de su propia lucha interna por armar un gobierno nuevo que cree prosperidad y calidad de vida para los españoles. Lo deseamos de corazón.
Le toca ahora a España hacerse presente como factor determinante y principalísimo del futuro de la nación caribeña. Sus intereses allí siguen siendo significativos tanto en lo económico y empresarial como en el terreno de la protección de las vidas y haberes de cientos de miles de sus compatriotas que allí comparten las vicisitudes del venezolano. Su rol en el redespegue económico tiene que ser determinante en un país donde todo está por hacer. Las destrezas adquiridas por España en el manejo de sus propios sectores productivos incluyendo el energético, en el campo de la administración de la seguridad y protección ciudadana, en el terreno de la educación y de las disciplinas informáticas y de telecomunicaciones, lo hace el socio ideal hacia una transición dinámica y modernista.
España ha sido un Estado amigo, al proteger a un inmenso contingente de venezolanos que han recibido buena acogida y oportunidades en su suelo. Su soporte, hoy más que nunca, nos permitirá salir del oscurantismo del desgobierno y de las injusticias de estos pasados años y reorganizarnos nuevamente como país. España, haz que pase.