COLUMNISTA

Esfuerzo para engañar

por Salvatore Giardullo Russo Salvatore Giardullo Russo

Eran años duros, el pueblo tenía dificultades para vivir con dignidad. Además, la institucionalidad no tenía ningún tipo de credibilidad, aunado con que los partidos tradicionales estaban en decadencia. A una sola voz, todos gritaban la necesidad de un cambio, para que el país pudiera respirar nuevos aires.

Golpes de Estado, protestas, inflación, inseguridad, elementos de una nación en crisis y enferma, que optó por el camino más fácil, entregar su confianza a un golpista, venido de las filas militares, con un discurso diferente, vendiendo un sueño, para ilusionar a una patria, para conducirla hacia el camino del desarrollo, la igualdad y la prosperidad. 

Con el pasar del tiempo, la prédica se convirtió en mentira y las promesas en falsedades, pero transformadas en verdades, para saciar el ansia de compatriotas que anhelaban esa transformación. Se comenzó a construir el culto a la personalidad, adoración excesiva al caudillo, carismático y unipersonal, con propaganda que extendió el ideario del régimen, para reforzar la posición política del líder.

Sin embargo, había otros que lo adversaban, que con el tiempo fueron sumando ciudadanos descontentos, para convertirse en un gran grupo de presión. Pero para evitar ruido en el gobierno, optaron por la formación de colectivos adeptos al oficialismo, como grupos de choque, para manejar el miedo y el terror como arma política, refugiándose siempre que era el pueblo el que salía a defender el proceso de los apátridas y saboteadores.

Pero su ejecutoria no se detuvo ahí. Atacaron la iglesia, reescribieron la historia, creando un pasado ficticio, con héroes de cartón. Optaron por copar todas las instancias del poder, para tener un mayor control. Diseñaron un nuevo concepto y modelo político único, con el fin de eliminar cualquier tipo de oposición, afirmando que su pensamiento era superior, el resto era escoria. No podían ocultar su resentimiento social, siempre descalificando al adversario, viéndolo como un enemigo, que lo único que merecían eran ofensas y odio. También se le conocieron prácticas esotéricas, espiritistas, como una manera de sentir que tenía el control de su verdad. 

A pesar del esfuerzo para engañar, sus colaboradores tenían poca capacidad y formación para la responsabilidad de manejar el Estado. Solo estaban preparados para la obediencia, sin derecho a pensar por sí mismos, pero con una gran capacidad de moldear la ley y la justicia a sus intereses.

Se crearon listas, para discriminar a todos aquellos que adversaban al jefe supremo, con el fin de mantener puro el movimiento, evitando cualquier contaminación de democracia. Presos políticos, exiliados, expropiaciones,  provocaron una fuga de cerebros. Nunca fue un movimiento para la libertad, solo para la mentira.

Así era el nazismo en Alemania, que ha sido copiado y adaptado a otras realidades. ¿Semejanza o coincidencia? Usted decide.