El 15 de noviembre de 2017 publiqué en este medio un trabajo que titulé “La hora del desprendimiento”. Allí presenté mi idea de profundizar la unidad de la sociedad democrática, para estar en condiciones de afrontar lo que ya se anunciaba tras bastidores: adelantar abusiva e inconstitucionalmente la elección presidencial.
Sostenía entonces la necesidad de seleccionar, por consenso, un candidato único a la elección presidencial prevista en el orden constitucional para el año 2018. Proponía que todos los partidos y líderes políticos, con aspiraciones a conducir la República, pospusiéramos aspiraciones para el momento que se hubiese restablecido la democracia. Solicitaba seleccionar a un venezolano independiente, no inmiscuido en la lucha por el liderazgo en el campo de la oposición, dispuesto a conducir un gobierno de unidad nacional, comprometido a cumplir una etapa de restauración democrática, y a no reelegirse, para lo cual se propiciaría una reforma puntual de la constitución.
Obviamente este llamado fue desoído. Y el régimen conocedor de nuestra debilidad lanzó la emboscada del 20 de mayo de 2018. No hubo desprendimiento, no hubo grandeza. Y la dictadura se aprovechó para avanzar en su estrategia de dominación.
Ahora estamos de nuevo ante otra encrucijada clave en el proceso político venezolano. Es otro momento en el que es menester poner por encima de nuestras ambiciones, o de nuestras aspiraciones legítimas, el interés superior de nuestra amada Venezuela. Es otra oportunidad para mostrar desprendimiento y grandeza. Lo que está planteado es el rescate de la democracia, o la perpetuación de la tiranía. El dilema es democracia o autocracia.
Los que en serio, con autenticidad, añoramos y luchamos por la democracia, no podemos detenernos en buscar el entendimiento solo con quienes quieren y entienden la democracia según nuestra cosmovisión, según nuestros modelos de gestión del gobierno, o simplemente según nuestras aspiraciones o intereses, legítimos o no.
Lo importante, lo esencial, ahora, en esta coyuntura del país, es recuperar el Estado de Derecho. Y ya después podemos entrar a debatir y a trabajar a fondo, en cada partido, en cada sector, respecto del tipo de gobierno democrático que queremos tener.
Descalificar a quienes no comparten nuestro modelo de gestión del gobierno, agredirlos moral y políticamente no contribuye para nada a consolidar la fuerza necesaria para garantizar el fin de la dictadura. Lo importante es que compartan con nosotros el repudio a la dictadura, que luchen junto a nosotros por el cese de la usurpación, y la restauración de la democracia.
Ya conquistada la democracia, se abrirá el debate respecto al modelo de gestión del gobierno que cada líder, cada partido y cada ciudadano tiene en su mente. Adelantar ese debate para dividir, descalificar o hacer espacio político constituye un despropósito que debemos evitar y rechazar.
La democracia admite, y así lo hemos visto en el mundo, gestiones políticas y administrativas basadas en tesis económicas de orden liberal, estatistas, socialistas, centristas, conservadoras, etc. Pero todas en el marco de una sociedad democrática. En nuestra Venezuela más allá de la fracasada gestión económica y administrativa del régimen chavo madurista, hemos sufrido la instauración de un sistema profundamente autoritario, mafioso y criminal. Para recuperar una democracia decente se requiere el concurso de todos.
Por eso resulta inoportuno e inútil, en este momento de la vida nacional, salir a horadar la base política del presidente Guaidó, y de otros actores de la oposición política, porque ellos se consideren “socialistas democráticos”. O porque estimen que la dictadura madurista no encarna al verdadero socialismo.
Es un debate interesante, rico en elementos conceptuales e históricos, pero para nada oportuno ahora, cuando lo que se impone es derrotar la dictadura, y establecer la democracia.
Lograda esta, entonces debatiremos, y elegiremos el modelo democrático que mejor consideremos conveniente. Lo sostengo así, asumiendo que pertenezco a una escuela política contraria al marximo, al socialismo y a la social democracia.
Cuando esa hora llegue trabajaré por establecer en Venezuela una democracia plural, descentralizada, respetuosa de los derechos humanos, con sólidas instituciones. También lucharé por establecer una economía social y ecológica de mercado, capaz de generar la riqueza con la cual superar la pobreza. Trabajaré para promover la equidad y la justicia social. Para ello seré un defensor de la iniciativa y la propiedad privada, promoveré la inversión privada nacional e internacional en todos los campos de la economía, impulsaré la privatización de las empresas estatizadas por el chavismo, e impulsaré una reforma del régimen jurídico del trabajo para incentivar la productividad y la competitividad de las empresas. Trabajaré para garantizar una verdadera integración con nuestros vecinos del continente, especialmente con los países de la comunidad andina y de Mercosur. En fin, trabajaré por la modernidad de nuestro país para que todos nuestros hijos, hermanos y amigos puedan regresar a trabajar y a vivir en su lar nativo.
Las especificidades, las características, los requisitos, la gradualidad y la oportunidad de todas esas políticas expresadas en los programas políticos de cada partido, de cada alianza, de cada liderazgo se precisarán con respeto, con amabilidad y cordialidad en una Venezuela democrática.
Simplificar ese debate ahora, pretender confundir a la ciudadanía con estos elementos, para quebrar su esperanza y su confianza en la ruta que transitamos, no es una contribución al desafío que tenemos por delante.
Distinto es el papel de quienes desean correr la arruga, jugar a ofrecerle oxígeno a un régimen criminal. No podemos confundir a estos con quienes han dado clara demostración de buscar la recuperación de la democracia.
Lo esencial ahora, entonces, es la recuperación de la democracia. Las formas de democracia hoy, son accesorias. Pasarán a ser principales cuando ya tengamos democracia.