El título de estas líneas quiere expresar que el trágico guion que hoy se escenifica en Nicaragua no es ni más ni menos que la repetición de la película que ya hemos visto en Venezuela varias veces antes. El pueblo que recoge un motivo válido para ejercer su legítimo derecho de protestar, un gobierno que para sostenerse no duda en recurrir a una represión desmedida y cruel, la acción de los grupos paramilitares, la solidaridad de muchos o la indiferencia y hasta la traición de otros en la escena nacional e internacional y –como siempre– la sustitución caprichosa de los adjetivos cuando a los protestantes se les designa como terroristas y a los represores como héroes. La única diferencia con Venezuela –por ahora– es que en Nicaragua aún hay comida y algunos servicios funcionan y que ellos sí han consentido la visita de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), cosa a la que los próceres bolivarianos no se atreven.
Algunos en Venezuela piensan que el momento para los eventos nicaragüenses sirve bien al régimen maduro/chavista en tanto y cuanto contribuye a desviar –o al menos repartir– la atención de la comunidad internacional entre ambas crisis, lo cual pudiera ser menos conveniente para las fuerzas democráticas venezolanas que hasta la fecha concentraban prácticamente la totalidad de la exposición mediática y política. Otra forma de verlo –que compartimos– es anotar que los regímenes antidemocráticos –aun cuando emergidos de procesos electorales las más de las veces viciados– utilizan el mismo discurso y las mismas armas para su supervivencia.
También viene quedando claro que en el discurso de la “izquierda progre” la represión se disfraza de defensa de los logros del pueblo si la misma se ejecuta por quienes comparten su ideología, mientras que se convierten en ataques contra el mismo pueblo si quienes los llevan a cabo son regímenes de otro signo. En definitiva, todo el asunto se resume en una confrontación ideológica, aun cuando sabemos que la garantía de las libertades y los derechos humanos son postulados universales que trascienden los límites de la lucha política. Si la crítica la hace Piñera o Macri es por que son “lacayos del imperialismo”. Si defensa la hace el Foro de Sao Paulo (reunido estos días en La Habana) constituye una “verdadera respuesta de los pueblos”. Nada se dice acerca de si hay comida o libertad.
El caso Nicaragua es útil, asimismo, para analizarlo a la luz de su tratamiento en la OEA, donde los argumentos son fiel repetición de los esgrimidos por los mismos actores hace apenas pocos meses con relación a Venezuela. Los “buenos” son Venezuela, Nicaragua, Bolivia, San Vicente-Granadinas, que se juegan por la “autodeterminación de los pueblos” que blinda a los represores de toda supervisión regional, amparados en un concepto decimonónico de soberanía, y los “malos” son casi los mismos 21 Estados que se pronunciaron en ambos casos por el fomento del diálogo, la exhortación a la moderación, la consulta genuina a los pueblos, etc. También en esta oportunidad se observan los “ni-ni” que esconden su cobardía en la abstención movidos seguramente por consideraciones subalternas de política interior (Uruguay) o presumiblemente crematísticas, y –peor aún– aquellos que justo al momento de la votación son requeridos por urgencias prostáticas que les obligan a ausentarse del salón de sesiones.
Es en este ámbito regional donde habrá que lograr mayor unidad con urgencia si tenemos en cuenta que a corto plazo la política exterior mexicana va a cambiar en cuanto a su activismo, y que Brasil pueda hacer un giro según sea el resultado de las elecciones de octubre, y –eventualmente– que el peronismo radical pueda regresar a la Casa Rosada surfeando sobre los tropiezos que viene experimentando Macri. Además, la historia política es pendular y, si bien en este momento la inclinación es hacia la democracia predominantemente socio/liberal, llegará el turno a otras corrientes cuya fuerza y argumentos no son para desechar, aun cuando no los compartamos.