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Esa mala película llamada socialismo

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El entusiasmo por la izquierda, por el insano dulzor de las ideas socialistas, más que un desatino de juventud, como a veces se le quiere minimizar, es un error histórico. El peor que arrastramos a nivel global desde hace más de un siglo. Una vieja trampa en la que la humanidad cae una y otra vez. Una especie de respiración amenazada, atomizada, al menos hasta ahora, por el bandazo cruel del eterno retorno. Una locura. Como diría Albert Einstein en una entrevista: “Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”. 

Cuando escucho a alguien repetir, avalar o, peor aún, publicitar el argumento de que el socialismo es un magnifico proyecto pero que hasta ahora no se ha podido ejecutar bien, recuerdo una irónica frase, de lenguaje cinematográfico, que algunos amigos solíamos decir en el instituto de cine cubano: el socialismo tiene un guion muy bonito, pero su puesta en escena siempre es nefasta. Es decir, una mala película. 

Todos los proyectos socialistas, a pesar de sus grandilocuentes discursos y seductoras promesas, han terminado mal. Siquiera han empezado bien. Ah, pero su propaganda, eso sí que ha funcionado. De eso viven. De lo contrario el socialismo no llevara 100 años embobeciendo y desangrando al mundo, muy a pesar de sus más de 100 millones de muertos y de sus descalabros económicos. 

Los muertos los han justificado diciendo que son bajas de una guerra necesaria por el bien de la humanidad. Y aunque el hambre es un poco más difícil de justificar, de todos modos hay demasiadas personas que siguen sin ver que las únicas fábricas socialistas que realmente funcionan son las de miseria, incultura, falsedad, miedos, ilegalidad, corrupción e histeria colectiva. Y los resultados de estas funestas industrias o ministerios del fracaso encuentran refugio en la supuesta guerra desigual que debe enfrentar el socialismo contra el capitalismo, ese imperio “decadente” que la humanidad debe derrotar. Otra locura que hay en quienes compran incluso en el capitalismo, siendo el único sistema que realmente funciona. 

La izquierda, tal como han hecho y seguirán haciendo regímenes totalitarios como la Revolución cubana, siempre necesitará culpar a su oponente de sus propios fracasos y de su violencia física y verbal. Y para ello le vale todo. En Estados Unidos, por ejemplo, con tal de conseguir sus objetivos y defenestrar a sus contrarios, la izquierda conspira y hace campaña para cambiar las reglas del colegio electoral y demonizar las bases de la Constitución, no para progresar –como fingen pretender– sino en función de una sola cosa: el poder hegemónico. La libertad no se pierde siempre un solo tajo. 

La democracia para el socialismo –médula de la izquierda– no es la meta, sino un método «no violento» para llegar al poder. Todos sus relatos y todo a lo que echen mano, desde los conflictos sociales y raciales, la ideología de género, los cambios adoctrinadores en la educación o la desestabilización de las instituciones y a través de la legislación, son escalones para obtener el control, supuestamente en nombre del pueblo, de lo más importante del ser humano: la libertad. 

Pero la izquierda es enemiga de la libertad. La historia lo sigue demostrando, aunque su guion insista en corear lo contrario. Y el mundo, en efusiva y organizada manada, sigue marchando a comprar el ticket de la añeja estafa. 

Pero el mayor problema no es que no se diga lo suficiente –o incluso que no se escuche– que el peligroso entusiasmo por la izquierda es un gravísimo error histórico. Lo terrible es que no se acaba de entender. Por más que se advierta, nada, o casi nada, lo cual evidentemente no hace la diferencia. Quizás es que ya no pueden hacer nada las palabras y se necesite, irremediablemente, de hechos concretos que pongan fin a la persistencia de este error. Al final, son los hechos los que le dan el verdadero sentido a las palabras.

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