I
Andaba yo en menesteres corporativos cuando recibí una llamada de mi amigo y mentor Ramón Hernández. “Hay una vacante de editor, quiero que te vengas a trabajar a El Nacional”. ¿Cómo siquiera iba a pensarlo? No solo extrañaba el quehacer del verdadero periodismo, sino que ese era el periódico con el que mi papá me enseñó a leer.
Cuando llegué a la sede de Puente Nuevo a Puerto Escondido fue como entrar en una catedral, un santuario. En una de las paredes de la entrada colgaba un enorme cuadro de Zapata y más allá una parte de la antigua rotativa. Olía a tinta, el edificio viejo exhumaba historia pequeña, menuda, de la que se vive todos los días.
Tuve la bendición de trabajar en casi todos los periódicos que había en este país. Desde pequeños como El Nuevo País hasta instituciones como El Universal, pasando por el vanguardista Diario de Caracas. Pero cuando por primera vez me senté en el escritorio que me asignaron en aquella redacción caótica y desordenada, sentí que había llegado a mi casa.
Con El Nacional me ocurrió un amor a primera vista. El papel, la letra, las fotos son solo una parte. La mística, la forma de trabajo, el caos cotidiano, los gritos, el llanto, las risas son la esencia. Trabajé 16 años como eterna enamorada, y aún lo estoy. Lo mismo que le debe haber pasado a tantos otros colegas y amigos, solo que yo me atrevo a escribirlo.
Y, sinceramente, es un fenómeno que debe ser estudiado en las escuelas de Comunicación Social. Porque El Nacional va más allá del tratamiento de la noticia, de las historias, de las firmas. El periódico cala hasta los huesos, para los que trabajamos allí es una forma de vida, algo que difícilmente se vive en ningún otro medio y algo que difícilmente se olvida.
II
Durante la primera semana de trabajo celebramos un cumpleaños cada día. Eso para mí fue toda una revelación. Hacer un alto en el estrés del cierre para cantar “La araña con pelo” y comer torta, abrazarnos, contar chistes era el antídoto perfecto para cada tragedia que debíamos contar.
Era un periódico robusto, con muchas páginas, teníamos espacio para buenas y malas noticias, para investigación, para cultura, para juegos, para tendencias, para todo.
Esa misma primera semana me dejaron de guardia. Yo temblaba, pues el papel del editor en El Nacional está concebido con inspiración en el periodismo anglosajón. No es un simple corrector de pruebas, es un periodista que vela por que se respete el estilo que hace único al periódico, pero también porque cada noticia esté bien contada, con precisión, exactitud y responsabilidad; participa de la jerarquización y puesta en página y vela porque todo cierre apropiadamente. Era para mí una gran responsabilidad y debo decir que no hay oficio en esta carrera que me guste más que ese.
Con El Nacional pasé tormentas personales (mías o de mis compañeros), pero también los huracanes del chavismo. Vivimos juntos como familia paro, 11 de abril, secuestros por las hordas chavistas, visitas de los esbirros, intentos de censura. Pero era como si cada tragedia se contrarrestara con aquellos estallidos de alegría instantánea. A media tarde alguien contaba un chiste a viva voz, o alguien compartía un éxito, siempre había algo que celebrar, aunque fuera el simple hecho de estar vivos y juntos. Con esa gasolina que es el amor que sentíamos por cada uno y por lo que hacíamos siempre nos sentimos invencibles. No hay demanda que pueda borrar eso.
III
El Nacional es el periódico venezolano más conocido en Latinoamérica, es sinónimo de libertad de expresión y lucha por la democracia. Ha sobrevivido dictaduras y momentos de vacas muy flacas, ha sobrevivido a la falta de papel, a las amenazas, porque tiene un arma secreta: sus trabajadores son el motor. Cada uno es un talento, desde los que trabajan en los talleres hasta el último que barre y apaga la luz todas las noches.
Eso es lo que crea algo invencible, un sentido de pertenencia que es irrepetible e incorruptible. El Nacional es familia, es principio, es lealtad, es honestidad. Aunque te paguemos los 1.000 millones, tú no eres, nunca serás El Nacional.
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