Siempre digo a los alumnos de Cala Speaking Academy que la ciencia es una poderosa aliada para el desarrollo emocional, aunque hay fenómenos sin una explicación terminada. Eso no significa que no existan: insisto en la validez de “creer para ver”.
Durante mucho tiempo se pensó que los genes definían absolutamente todo, desde la inteligencia, la carrera y hasta el amor de tu vida. Sin embargo, el biólogo estadounidense Bruce Lipton se atrevió a contradecir los paradigmas tradicionales al asegurar, por ejemplo, que el auténtico motor de la vida no son los genes, sino el entorno y la cooperación personal.
Heredamos 50%, pero podemos modificar la otra mitad a partir del re-encuadre de las creencias. Esto se llama “epigenética”. Podemos elegir qué camino tomar y no es simple teoría. Oprah Winfrey nació en la pobreza y fue violada por familiares, pero supo romper el círculo y hoy es una de las mujeres más influyentes del mundo. No debemos aceptar el determinismo genético.
Una investigación de la Universidad de Yale admite que la relación de origen entre genética y felicidad matrimonial solo es responsable de 4% de la satisfacción conyugal. Es decir, el otro 96% se decide en el entorno que seamos capaces de co-crear.
En otro estudio, las universidades de Minnesota y Londres atribuyen un 50% de herencia genética al carácter y la alegría, lo que significa que sí se pueden edificar.
Los Kennedy o las Kardashian, por mencionar dos modelos familiares completamente distintos, no son resultados absolutos de la genética. En ambos casos, más allá del hilo hereditario, los integrantes tomaron decisiones propias y crearon sus mundos, con todas las consecuencias.
De acuerdo con la escritora y política estadounidense Eleanor Roosevelt, “a largo plazo formamos nuestras vidas y a nosotros mismos (…) Las decisiones que tomamos son, en última instancia, nuestra responsabilidad”.
La mente es el espacio más valioso y sagrado de nuestra vida. No podemos esperar maravillas si no asumimos la responsabilidad de cultivarla. Hemos heredado resentimientos y culpas, pero siempre intentamos lanzarlos hacia fuera para no tomar responsabilidades hacia dentro.
La epigenética ‒o ciencia de transformar las herencias‒ es incompatible con la vida en “modo piñata”. Si deseamos cambiar lo que supuestamente “nos tocó”, no podemos permanecer inertes a la espera de que una fuerza exterior nos rompa. ¡Debemos actuar!
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