Es posible, posible, que algunas conquistas puedan alcanzarse en los próximos días en Santo Domingo. Son del dominio público las cartas con que la oposición podría obligar al gobierno truhán a concederlas: testigos presenciales de alto nivel que de alguna forma obligan a enseriar y cumplir los propósitos, a limitar los blufs; la enorme presión del planeta democrático, con sanciones y otros condimentos; las fracturas grandes y públicas del PSUV que pudiesen terminar en una muy cruenta guerra y, sobre todo, el inicio de la agonía financiera del gobierno con el consecuente atroz sufrimiento para el pueblo pobre del país (¿80%?). Es posible, posible, que todo esto conduzca a una elección presidencial más o menos decente –no pida demasiado– en la que el candidato único de la oposición –esto sí, pídalo a gritos– derrote al fantoche de Maduro o al que haga sus veces. Hay algo que a lo mejor, paradójicamente, ayude y atropelle nuestros desafíos al destino y es el hecho de que el fraudulento triunfo gubernamental en las elecciones de gobernadores y los muchos alcaldes que debería sacar el día de hoy, también tramposamente, le darían al PSUV derrotado en 2018 una muy musculosa presencia opositora que, unida a su desalmada manera de hacer política y a las dificultades para reconstituir el país, le podrían ofrecer un futuro prometedor, lo cual pueda ablandar a algunos revolucionarios reticentes a negociar. Prometedor para ellos que querrán volver, terrible para quienes les toque combatirlos. Pero, por ahora, el problema que atasca las negociaciones sigue siendo en el fondo la frondosa manada de delincuentes de alto coturno y sus aliados de aquí y de allá, pero en eso es difícil hacer.
Como una muestra de sus conductas impropias, sucias, a los jerarcas gubernamentales, después de haber alabado con exaltación mística la vocación dialogal de Maduro, que llamó centenares de veces a la oposición díscola y violentista a la conversación apaciguadora, e incluso de haber celebrado los señeros adelantos del diálogo en Santo Domingo, súbitamente les ha dado por exigir a viva voz las más absurdas concesiones en la negociación, hasta que le reconozcan ese chiquero constitucional que es la constituyente o que Venezuela es un país “estupendo” que no necesita ayuda humanitaria. Posiblemente esto sea un teatro para asustar a los contertulios o para demostrarles a sus radicales, hay hasta marxistas, o a algún socio exterior que la revolución ni se compra ni se vende y que ellos andan a caballo como siempre, como el general Zamora. O acaso un cambio de línea impuesto vaya usted a saber por quién. En unos pocos días veremos.
Pero sirva esta curiosa conducta de ejemplo de con quién estamos tratando y tendremos que seguir haciéndolo por un buen rato histórico. Y agrego que ya lo hemos hecho por un par de decenios y de alguna manera han enfermado nuestro pasado. Esto para decir que reconstruir el país es, además de las ciclópeas tareas de hacer una economía sana y pujante, una institucionalidad que comience a aprender a funcionar (un juez es un juez, es un juez…) y una manera de solucionar los conflictos de manera negociada y no violenta (sí, no hay derecho a que usted viva en un rancho y trabaje diez horas y su patrón tenga un yate y un avión y no trabaje) no lo permita. Además de todo eso, hay que limpiar el territorio nacional y nuestras conciencias de toneladas de estiércol que veinte años de despotismo y barbarie han sedimentado, muchas de las cuales se han hecho tan habituales que apenas las percibimos. Una cadena radioeléctrica es un atropello en su propia casa. Las misiones son populismo clientelar astroso. Un guardia nacional reprimiendo con armas de fuego es un criminal. Un general inculto nombrado ministro de cualquier vaina es un desastre anunciado. Una universidad sin presupuesto es la negación de cualquier desarrollo.
En fin, lo que quiero decir es que no hemos tenido y no tendremos sosiego durante muchos años y que habrá que endurecerse, aunque Zeus nos sea benévolo, para lidiar con un enemigo que nos hará muy duro y afanoso no solo el camino de la liberación, esa hora ha de venir, sino también un muy largo futuro.
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