Como si estuviésemos desarrollando una analogía en ese sistema político, económico, social y militar que es el actual imperio ruso y sus satélites, el 24 de febrero de este año las orugas de los tanques cruzaron las fronteras ucranianas a hacer lo que históricamente ha ocurrido en esos espacios de la Europa del este. La guerra. Un aleteo de los drones, el trazado de los misiles, las marchas de aproximación de las tropas de infantería y el retumbar de las granadas de los obuses, las cargas de la fusilería de las milicias ucranianas y de la movilización de los ciudadanos para defender sus espacios ha disparado las alarmas globales y ha activado los esquemas de la defensa colectiva suscrita en la alianza atlántica de la OTAN y en los acuerdos militares rusos. Una mariposa camuflada aleteó desde el Kremlin, y en la Casa Blanca y otros palacios de gobierno en el mundo se sintieron los efectos. En esa misma secuencia de la afinidad, sentados académicamente viendo como en esa complejidad mundial de otros sistemas distintos al desarrollo militar, observamos como se están generando implicaciones económicas, políticas, sociales, financieras de largo plazo y de grandes alcances geográficos. En esa proyección determinista, los camaradas revolucionarios, domésticos y globales, están dando unas lecciones estratégicas muy puntuales y sobremanera pertinentes. Y a pesar de eso, es posible que del lado contrario no se estén dando las lecturas exactas a muchos de los eventos globales que están ocurriendo. Antes de hacer este desarrollo es conveniente hacer un alto para precisar algunas proyecciones que se expresaron después que los tanques rusos cruzaron las fronteras ucranianas hace siete meses.
La primera que se indicó para incredulidad de muchos era el impacto que el cruce de esa Línea de Partida (LP) iba a tener en Venezuela. Ya hemos visto muchas secuelas. La más reciente es la liberación de los dos sobrinos presidenciales, presos en una de las cárceles federales por delitos relacionados con el trafico de drogas hacia el territorio continental de los Estados Unidos. El principal socio multilateral de occidente en la OTAN. Su histórica política de no negociar con delincuentes ha recibido un baldón que probablemente veremos utilizado en el tiempo en otras consecuencias y derivaciones. Esta concesión norteamericana de canjear dos narcos por siete ciudadanos se han convertido en enseñanzas e ilustraciones para todos los terroristas y narcotraficantes globales a la hora de presionar al imperio. Distinta a la reacción de hace 21 años cuando el ataque del 11S generó la invasión a Afganistán tras la pista de Al Qaeda y Osama Ben Laden.
La siguiente tenía que ver con el traslado de la capital del eje político Cuba – Venezuela desde La Habana hasta Caracas. Y con ello se ungía a Nicolás Maduro como el principal referente de la revolución bolivariana, del socialismo del siglo XXI y del régimen usurpador del poder que se ejerce desde el palacio de Miraflores. Todo eso a despecho de quienes siguen alentando una matriz errada e incorrecta desde la subestimación hacia el oficialismo y la sobreestimación de las capacidades de la oposición. Lo que proyecta en el tiempo la permanencia en el poder a los rojos rojitos. Miraflores y sus emisarios tienen línea abierta con la Casa Blanca desde marzo. Casi inmediatamente desde el primer cañonazo ruso. Visitas, llamadas telefónicas, anuncios sobrevenidos, autorizaciones empresariales, suavización de las prohibiciones, y posibilidades de la reanudación de las actividades consulares llevan a concluir una nueva era en las relaciones Estados Unidos – Venezuela en el marco de los drones, de los cercos, de las retiradas y de las potencialidades del conflicto en Europa hacia el establecimiento de un modus vivendi similar al que se vive entre Cuba y Estados Unidos después de la grave crisis de los misiles en 1962.
Después, ese oxígeno para la permanencia en el poder, disperso en la pólvora de la guerra en Europa del este, contribuye a atomizar mucho más al liderazgo de la oposición, y termina de echarle una paletada definitiva a la ficción del interinato, achata los liderazgos de la oposición y los mete a todos en el mismo aparato de partida; y les reduce las posibilidades electorales de cara a las elecciones libres del año 2024. Es un problema de resultados obvios donde una minoría evidente, centralizada en torno a un solo liderazgo, organizada y controlada en las misiones y el poder popular, con un plan cívico militar que ensayan semestralmente desde hace 20 años, y con el respaldo del sector operacional de la fuerza armada nacional; y la cuál se enfrenta a una mayoría, con la atomización de sus liderazgos, sin plan y sin organización, y sin haber podido construir un mensaje correcto hacia los militares; solo esperanzada en el mantra teórico que se está difuminando en el espacio con las alas batidas de esta mariposa, del apoyo “de Estados Unidos y de 60 países más”. Ese desarrollo es una perfecta ilustración de un Goliat político, torpe, nulo e inútil que cada cierto tiempo se enfrenta a un David eficiente y certero en el chinazo y en el guaratarazo histórico que lo deja para el arrastre con cada evento electoral.
La otra certidumbre tiene que ver con los resultados electorales en Colombia y la llegada al poder de Gustavo Petro en ese mismo lapso de siete meses. Un aliado potencial del foro de Sao Paulo y de la Venezuela revolucionaria que encabeza Nicolas Maduro. Ese coctel, en pleno patio trasero del imperio con Bóric, Fernández, Castillo, Ortega, López, Bukele, Díaz-Canel, olvidado desde hace mucho tiempo por las prioridades globales relacionadas con el medio oriente y la Eurasia, han puesto ahora a voltear para ver lo que ocurre en un corredor geoestratégico al que hace mucho tiempo no se le arrastra la escoba de las relaciones internacionales y no se le pasa la mano por la cabeza a los vecinos. En la política de la subregión, y sobre todo la que se ha venido desarrollando desde 1998 desde y hacia Caracas, eso de veinte años no es nada, no es muy certero en los alcances. Son muchos. Demasiados como para recoger toda el agua de la disidencia que se ha derramado. Sobre todo con una administración como la de Joe Biden que no está caracterizada por seguir al pie de la letra los lineamientos de la seguridad nacional y de los intereses de la nación. El mejor ejemplo, este de la liberación de los sobrinos presidenciales que abiertamente le da ventajas a la revolución bolivariana y a Nicolás Maduro. Si Lula da Silva gana en Brasil el 30 de octubre, el panorama para la revolución bolivariana seguirá siendo más positivo; y para los venezolanos desafortunadamente desesperanzador y desolador hacia el futuro.
Luego, el impacto del conflicto en la actual crisis energética y el severo ambiente de incertidumbre sobre la influencia en la factura de gas y electricidad de los europeos que dependen en estos servicios de las exportaciones rusas. La próxima entrada del invierno esta provocando una gran preocupación en Francia, Alemania, y el Reino Unido; tres de los más importantes aliados norteamericanos en la alianza atlántica (OTAN). Las economías de esos países, aporreadas severamente desde la crisis del COVID limita sobremanera cualquier decisión militar que los comprometa directamente, independientemente de las marchas y contramarchas de los resultados bélicos entre Putin y Zelensky. Los problemas domésticos de sus ciudadanos privarán en las decisiones de Macron, de Scholtz y de Truss en caso del escalamiento de la guerra.
Y por último está el tema nuclear. En 1945, la decisión en el uso del arma nuclear estuvo en el dedo de un presidente estadounidense. La exclusividad en la disposición del arma le garantizó a Harry Truman y a los norteamericanos en el continente que no habría reciprocidad en la reacción ni correspondencia en el turno de los japoneses. Simplemente, después de comerse con su esposa en el patio trasero de su casa unas hamburguesas, salió para el centro de mando del comandante en jefe a ordenar el lanzamiento de las dos bombas sobre Hiroshima y Nagasaki. De allí a la rendición japonesa y el fin de la II Guerra Mundial solo estuvo el establecimiento de las comunicaciones entre los mandos japoneses con los norteamericanos. Lo demás es historia que se conoce. En este momento además de Estados Unidos, el club nuclear está formado por Rusia, China, Reino Unido, Francia, India, Paquistán, Corea del Norte, Armenia, Arabia Saudita, Israel e Irán, con una mayoría evidente de adversarios de Estados Unidos. La amenaza de la ejecución de un protocolo nuclear en este momento es diferente a la crisis de los misiles de 1962. Un Biden desorientado y senil no es un Kennedy cómodo y de plena madurez, y un Putin arrinconado y aislado, no es un Kruschev fanfarrón de zapatazos en la ONU. Este es otro mundo completamente distinto.
En este momento no hay necesidad de hacer un diagrama de Ishikawa para visualizar como la causa (Guerra Rusia – Ucrania) ha generado unos efectos políticos y económicos abiertamente favorables al régimen en Venezuela en la permanencia en el poder. Y allí no hay nada casual ni fortuito. Es una articulación global de cara a una estrategia que se ha venido cumpliendo de manera milimétrica, donde Venezuela es una parte muy activa por el tema energético del gas y del petróleo. Es como si se estuviese soltando una mariposa para que volara entre Moscú y Kiev. Y mientras aletea en su trayectoria mansa y benigna sobre los cielos de Europa del este; el caos existente en todos los sistemas planetarios conspira abiertamente para el desplazamiento del poder global. Como si desde un refinado y pulido plan se manejaran los hilos para el control definitivo en un nuevo orden.