De acuerdo con The Economist, los países que poseen el mayor índice democrático, medido por la transparencia de los procesos electorales y el pluralismo político, son Noruega, Suecia, Islandia, Dinamarca y Nueva Zelanda; a su vez, la prestigiosa publicación considera que los países con el menor índice democrático son Corea del Norte, Guinea-Bissau, Chad, Siria y Arabia Saudita.
¿Cómo se mide ese índice democrático? The Economist lleva a cabo una medición realizada por la llamada Unidad de Inteligencia de The Economist, (EIU por sus siglas en inglés), mediante la cual se aspira a establecer el grado de democracia en 167 países; de estos países,166 son Estados soberanos y, de ellos, 165 son Estados miembros de las Naciones Unidas. ¿Cuáles son los indicadores que emplea The Economist? No son milagros económicos, ni batallas épicas ganadas, son señales, muestras de democracia, sencillas: proceso electoral y pluralismo, libertades civiles, funcionamiento del gobierno, participación política y cultura política. De acuerdo con los resultados que obtienen en sus instrumentos de medición clasifican a los países en aquellos que poseen una democracia plena (entre 8 y 10 puntos); los hay con una democracia imperfecta (entre 6 y 7,9 puntos); con regímenes híbridos (entre 4 y 5,9 puntos) y países con regímenes autoritarios (menos de 4 puntos). Tan solo 15% de los países poseen una democracia plena; 32,3% democracias imperfectas; 22,2 regímenes híbridos y 30,5% autoritarios. De los 24 países latinoamericanos, solo Uruguay califica como democracia plena y se coloca en el lugar 19 en la clasificación mundial. 15 con democracias imperfectas, 7 con regímenes híbridos, y Cuba con clasificación de régimen autoritario.
¿Dónde se encuentra nuestro país? En la clasificación que publica The Economist, en el número de donde tomó los datos (Índice de Democracia 2016 vía The Economist), Venezuela ocupa el lugar 107 de los 167 estudiados mundialmente y el 22 en la región latinoamericana y del Caribe, seguida por Haití, en el 23 y Cuba en el 24. La puntuación que alcanza es de 4,68 sobre 10; la peor calificación que tiene es la referida al desempeño del gobierno, 2,50 y la “mejor” está relacionada con el pluralismo y los procesos electorales, donde es calificada con 5,67 sobre 10. En ese resultado de 5,67 parecería que prevalece la idea de que cuanto mayor sea el número de procesos, hay más democracia, asunto absolutamente falso además de la creencia que hubo sobre la libertad de participación en esos procesos. Aún no habían salido a relucir las declaraciones sobre los procesos fraudulentos. Sea como fuere, estar mundialmente en el lugar 107 y regionalmente en el 22 nos hace merecedores del triste calificativo de “país con un régimen híbrido”. ¿Qué pasará con esa evaluación de 5,67, baja, pero no lo suficientemente veraz que impidió que nos calificaran de autoritarismo, ahora que se sabe de los trucos y triquiñuelas en los famosos procesos electorales venezolanos?
Recordé que en la España del siglo XIX se popularizó una expresión cuyo origen se encuentra precisamente en los fraudes electorales. Hablo del pucherazo, vocablo que hoy el Diccionario de la Lengua Española registra como “fraude electoral que consiste en alterar el resultado del escrutinio de votos”.
Se cuenta que en la época de la Restauración borbónica en España, hubo un pacto entre los conservadores y los liberales que les permitía la alternancia en el poder. A este modo de hacer política, predominante en las aldeas y ciudades de menor tamaño, se le llamaba caciquismo. Para mantener esta dominación se valían de trucos en las elecciones como el de almacenar papeletas de votación en pucheros, que luego se añadían o se sustraían de las urnas electorales según la conveniencia del momento. De ahí el nombre de pucherazo. Pero no solo era el pucherazo, también era común la adulteración de las votaciones con los conocidos lázaros. ¿Lázaros? preguntarán algunos. Pues sí, rememorando a Lázaro, quien resucita, se introducían votos de personas fallecidas; también se usaban los cuneros, que no eran otros que aquellos candidatos inscritos en una determinada zona, provincia, con la cual no poseían vínculo alguno. ¡Hay algunos parecidos! Así que aquí, en Venezuela, no hemos inventado nada. “De herencia le viene al galgo, ser rabilargo” reza el refrán.
¿Si se toman en consideración esos pucherazos, lázaros y cuneros, en qué lugar quedaríamos? Triste realidad la de un país al que le ha sobrado talento para situarse en los primeros lugares del progreso y sin embargo hoy, con la fuga de cerebros, la increíble corrupción, la indolencia, ocupamos lugares tan denigrantes en los estudios mundiales.
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