Hay una frase y un modelo que resultan apropiados de recordar en el tiempo drástico que vivimos.
La frase la leí por primera vez hace muchos años, en el famoso libro de Stephen Covey (1932-2012) titulado Los siete hábitos de la gente altamente efectiva, publicado en 1989. Tal como la recuerdo, va así:
“Entre estímulo y reacción está la libertad de escoger”.
Stephen Covey no lo afirma expresamente en su libro, sin embargo, se afirma por allí, en la Internet, que la frase originaria es de Viktor Frankl (1905-1997), neurólogo y psiquiatra austriaco, sobreviviente de los campos de concentración nazis entre 1942 y 1945 y autor del libro El hombre en busca de sentido, cuyo título original en alemán fue Sigo diciendo sí a la vida: los experimentos de un psicólogo en el campo de concentración. Lo cierto del caso es que, parece ser, Covey descubrió la frase en un trabajo de Rollo May (1909-1994), psicólogo y psicoterapeuta existencialista norteamericano, en un artículo que data de 1963.
La frase coincide, en significado, con una atribuida al patólogo, arqueólogo y antropólogo alemán Rudolf Virchow (1821-1902): “La libertad no es poder actuar arbitrariamente, sino la capacidad de hacerlo sensatamente”.
Sobre el modelo puedo decir que he escrito sobre el mismo en cuatro oportunidades, siendo la última vez el 26 de agosto de 2016, en mi artículo de ese momento en El Nacional, titulado “La excusa perfecta”.
En dicho artículo escribí sobre el modelo de la Espiral de Conflicto, basado en “La mariposa”, uno de los siete tipos de catástrofes elementales pertenecientes a la Teoría de Catástrofes, formulada originalmente por el matemático francés René Thom (1923-2002) y recogida en los trabajos de Rudolph Rummel (1932-2014), profesor de ciencia política en las universidades de Indiana, Yale y Hawai.
En el modelo, aplicable a toda dinámica de conflicto social, la definición de catástrofe es “la pérdida repentina de estabilidad” y presenta dos conceptos (variables) básicos: uno es el balance de poderes y el otro es la estructura de expectativas. El balance de poderes consiste en un equilibrio entre los intereses, capacidades y voluntades de los actores. La estructura de expectativas, por su parte, está caracterizada por todos aquellos acuerdos y contratos, tácitos y explícitos entre los actores, y sobre tales acuerdos se fundamenta la confianza y como consecuencia de esta surge la cooperación. En este sentido puede definirse una situación de orden social como aquel balance de poder y aquella estructura de expectativas que permiten la cooperación entre las partes. En Venezuela, dicho balance está roto.
En la dinámica así descrita por el modelo, un actor presenta disposiciones generales de comportamiento hacia otro actor que son una función de sus intereses relativos, capacidades, experiencia y voluntad. Dentro de la espiral, existe una fuerte presión psicológica actuando sobre cada actor en la dirección de reducir la brecha entre su disposición y su comportamiento: a incrementar el comportamiento conflictivo y violento cuando la disposición es más agresiva, y a reducir dicho comportamiento cuando la disposición es de tipo pacifista.
Tal disposición, como afirmé en el párrafo inmediato anterior, no es una variable social ni política: es una variable psicológica y el poder de influir sobre dicha disposición reside en el campo de dominio de los líderes: mientras menor sea la presión psicológica al comportamiento violento, menor será la probabilidad de que cualquier evento sirva como detonante del mismo.
Así, las iniciativas y los esfuerzos del grupo propiciador de la acción no-violenta deben estar dirigidos en primer lugar, a disminuir la brecha entre el balance de poder y la estructura de expectativas. En segundo lugar, a agrandar o ampliar al máximo posible, la brecha entre la disposición a la acción violenta de todos los actores y su muy probable ocurrencia ulterior. Disminuir la primera y agrandar la segunda, constituye el espacio fundamental de acción de un grupo perfectamente identificado con la no-violencia.
No caer en el campo en donde rentan los violentos –y los pacifistas pagan el costo con sus vidas– requiere que el liderazgo sea astuto, creativo y agudamente inteligente. El portafolio de acciones no-violentas está todavía repleto de herramientas que, sin duda, dejarán a los violentos exhaustos y sin que puedan rentar: hay que agotarlo. Tengamos paciencia y ante la provocación, escojamos siempre actuar con sensatez.
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