Renace la esperanza, encarnada en la inesperada figura de Juan Guaidó, presidente de la Asamblea Nacional y, como tal, encargado de la Presidencia de la República de acuerdo con el artículo 233 de la Constitución vigente.
Fui de los escépticos sobre la conversión del 10 de enero –fecha del término de un período presidencial “vacante”– en punto de corte. En este mismo espacio dije que si no existían fuerzas nacionales e internacionales suficientes para provocar la salida de Maduro, se podía convertir esa fecha en una nueva frustración.
Al ver el desarrollo de los acontecimientos pensé que, por fortuna, me había equivocado: la comunidad internacional por órgano del Grupo de Lima y de varios gobiernos significativos, procedieron a reconocer que el Poder Ejecutivo debía ser trasladado a la Asamblea Nacional y que su presidente sería investido como presidente encargado de la República.
Aunque mal estructurado y peor dicho, el primer discurso del nuevo presidente de la AN mostraba disposición a asumir las consecuencias de su cargo. Luego, en sus palabras en el cabildo ante la ONU, pareció decir que asumía la Presidencia de la República. Así lo tomó el país y también muchos gobiernos e instituciones.
Posteriormente ocurrió la detención de Guaidó a empujones y esposado, que prendió una respuesta masiva, intensa y feroz de los venezolanos y la comunidad internacional; así se logró su liberación, también tenida como una victoria fulminante frente a la tiranía. Por cierto, es de notar que todos esos inventos según los cuales Guaidó persuadió a sus captores para que lo soltaran es falaz y no ayuda a nadie, pues esa fue orden del régimen en el marco de una pelea mortal dentro del Sebin y una facción obligó a otra a echarla para atrás.
Teníamos ya nuevo presidente y lo que se espera hasta el momento de escribir estas líneas es que tome las decisiones inherentes a su cargo. Se dirá que son simbólicas y es cierto por ahora, salvo las que impactan fuera del país; pero tan simbólicas como las leyes que aprueba la AN, que no por emblemáticas dejan de sentar una ruta legal hacia adelante.
Sin embargo, ya emergen legítimas dudas sobre la disposición a tomar la vía que el planeta entero ha entendido como la adoptada: la de Guaidó presidente de la República. En las bóvedas secretas de la política más tradicional se duda, se “dialoga” o reniega. Francamente, deseo que no se abandone el camino y que Guaidó, centro inclemente de todas las presiones, se ate al madero como Ulises y no ceda al canto de las sirenas que lo quieren atraer para liquidarlo. Cuando se decide no oír las sirenas, ellas, enloquecidas y frustradas se tiran al mar y mueren. Mira Guaidó, que ya le has dado un lanzazo al Cíclope en su único ojo…
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