Recientemente se ha hecho viral en redes sociales una frase atribuida al premio Nobel de Economía de este año, William Norhaus, según la cual la economía de Venezuela sería como alguien tendido en el suelo, y el gobierno venezolano, una y otra vez, continúa apuñalándola hasta verla morir finalmente. El tema es que el Estado venezolano no perece, sino que allí sigue, aguantando golpes. Y más golpes. Quién sabe hasta cuándo.
La situación venezolana, qué duda cabe, ha llegado a la palestra mundial, y de alguna forma u otra ha estado presente en diversos medios e intereses partidistas internacionales. Ello me ha llevado a preguntarme hasta qué punto son sinceras y desinteresadas las declaraciones de la llamada comunidad internacional en torno a la situación de Venezuela.
Tomemos, por ejemplo, el caso de los partidos Demócrata y Republicano en Estados Unidos. Los voceros de ambos partidos, cada uno a su manera, han abordado el tema venezolano. A riesgos de una enorme simplificación, uno pudiera argumentar que el Partido Republicano señala que Venezuela es una amenaza que debe ser contenida para preservar la seguridad hemisférica y la democracia de la región. El Partido Demócrata, por su lado, plantea una visión más de acercamiento a través del diálogo y canales diplomáticos, señalando que lo de Venezuela no es el verdadero socialismo, porque el verdadero socialismo “es otra cosa”.
De una forma u otra, ambos partidos han lanzado sus cartas. Y la realidad es que hasta ahora, a pesar de las respectivas cajas de resonancia retóricas, el socialismo del siglo XXI permanece en el poder. Ni las sanciones y la línea dura republicana, ni el acercamiento más polite de los demócratas han logrado sacar a Maduro del poder. Lo que sí ha sucedido, qué duda cabe, es un éxodo sin precedentes de venezolanos regados por el mundo, y los que aún subsisten en estas tierras haciéndolo en una precariedad casi absoluta.
Sería errado pensar que la salida del régimen venezolano dependa exclusivamente de Estados Unidos. Más allá de ello, lo que quisiera es llamar la atención sobre el hecho de que cada partido ha tomado a Venezuela como parte de su agenda, mientras el cadáver que menciona Norhaus sigue insepulto.
En un ejercicio de automotivación me recuerdo una y otra vez que nada dura para siempre, y que en algún momento esto acabará, aunque la finitud de la vida misma de uno no sea cónsona con la del final del régimen. Más allá de ello, reflexiono sobre los peligros que implican los intereses de factores que van más allá de nosotros al momento de decidir sobre el futuro de Venezuela.
Y es que no cabe duda de ello. Conviene preguntarse hasta qué punto la salida de Maduro del poder no se ha dado como consecuencia de la dura realidad que nos recuerda que Venezuela no es más que un simple engranaje de una trama mucho más compleja, y por más que nos duela y nos desgarre, lo que aquí sucede solo afecta someramente –si es que afecta– las piezas de un sistema mucho más complejo y poderoso del que nos podamos imaginar. Es el dilema del burro y el elefante, en el que Venezuela no es ni remotamente una alternativa. Mucho menos una posibilidad.