Para saber qué es un cínico basta con bucear en Google y nos encontramos con la definición de una persona “que habla de algo a sabiendas de que no es cierto, o que hace algo a sabiendas de que no es correcto, sin que ello represente ningún tipo de sufrimiento moral, dado que posee una visión desconsolada y pesimista de la sociedad humana”.
Eso es lo que le encaja perfectamente a Nicolás Maduro. Se gana todos esos calificativos de falso y descarado desvergonzado, por ser capaz de prometer que “ahora sí va a luchar para acabar con la pobreza en Venezuela”. Valga aclarar que en nada ese tipo de cinismo madurista tiene relación con la escuela de filosofía fundada en Grecia, en la segunda mitad del siglo IV a C; en esa escuela se les atribuía a los filósofos la condición de cínico por su ascético modo de vida, ese no es el caso que arropa a Maduro. Esos filósofos eran cosmopolitas, aborrecían los lujos y comodidades, se burlaban de los ritos y las creencias religiosas, prescindiendo de los placeres refinados, mientras consideraban el trabajo y el esfuerzo fundamento de la virtud.
Si vamos atando esas definiciones arriba señaladas tendremos que lo de Maduro es una burla grotesca, propia de aquellas personas que se regodean burlándose de otros seres humanos. Maduro miente para divertirse, eso le causa un sadismo placentero. De allí esa infeliz ocurrencia de pretender calzar a los maestros de Venezuela. También se nota su desfachatez cuando ridiculiza, en transmisión en vivo en cadena nacional, a sus colaboradores, que, por ser tan adulantes, Maduro concluye que dan motivos para exponerlos al desprecio público. Para eso se vale de esas palabrotas o términos enrevesados que articula para juguetear con sus víctimas, aparentando hacer gala de un inexistente sentido del humor. Lo evidente, lo que sobresale, es el daño que le inflige a esas personas maltratadas con apodos con los que los desfigura, siempre acompañado de sus chocantes ademanes.
Maduro igual baila sobre una tarima una guaracha, aún a sabiendas que en simultáneo están tiroteando a ciudadanos que protestan contra su desgobierno, lo mismo le da salir con la guasa de que “la pérdida de masa muscular de buena parte de la población es consecuencia de la dieta Maduro”. Con ese sarcasmo que lo describe, Maduro pretende la invisibilidad de los números resultantes de la encuesta realizada por Encovi en septiembre pasado, investigación patrocinada y avalada por la UCAB, cuyos veredictos son alarmantes dentro y fuera de Venezuela, ya que concluye que “94,5% de la población nacional vive por debajo del umbral de la pobreza, si esta es medida por los ingresos”. Esa pesquisa también indica que “76,6% de los venezolanos viven por debajo del umbral de la pobreza extrema”. En medio de esos guarismos que cuantifican la catástrofe venezolana, Maduro prosigue con su desdén, con su crueldad pegada a la epidermis, con la sátira ramplona a flor de labios, babeando ironía, para terminar de ser no más que una mala y repudiable parodia.
Ante semejante desparpajo aparece la opinión certera del economista Jesús Cacique para advertirle al cuentista de mala factura que “mientras el Banco Mundial define a un individuo pobre cuando gana menos de 1,9 dólares diarios, en Venezuela, el otrora país riquísimo que ahora es pobrísimo, el salario mínimo es de 130 bolívares, el tipo de cambio es de 8,30 bolívares por dólar, lo que daría como resultado un salario mensual de 15,66 dólares y en consecuencia un ingreso diario de 0,52 dólares”.
Esos números no mienten y la mordacidad contumaz de Maduro no modificarán la realidad en la que tratan de sobrevivir la casi totalidad de los venezolanos. Lo único cierto y probable es que si nos unimos y luchamos coherentes y compactados contra esa tiranía será posible clausurar ese tinglado desde donde se desgobierna a un país maravilloso como Venezuela.
@alcaldeledezma