Cada día se destapa más el entramado dantesco de corrupción de este régimen forajido que ya tiene 20 años medrando. Jamás los venezolanos de buena fe que aspiraban a un cambio en 1998, se imaginaron que iban a cometer el error de entregarle el país a un mitómano embustero, sin preparación alguna, sin el mínimo valor ético insuflado a su actuación pública. Razón tuvo Carlos Andrés Pérez cuando los llamó delincuentes en un primer momento, y nunca entendí por qué el general Ochoa Antich criticó la calificación dada a esa logia, que despuntaba como una mafia. Aquellos llamados hijos del difunto resultaron toditos unos delincuentes. Desde el mismo comienzo del Plan Bolívar 2000, fue una patente de robo que se dio a los militares, que hacían compras y contrataban servicios con facturas elaboradas a mano por ellos mismos. Recuérdese la cantidad de fondos creados con la plata del petróleo que no ingresó al Banco Central, y la manejaba Chávez con una libretica dando órdenes a los pusilánimes ministros… Giordani, dale tanto a fulano, mengano dale tanto a zutano para este proyecto X, que acababa de inventar producto de una chifladura. Y esto no es cuento, consta porque esta ha sido una robolución televisada. ¿Y dónde han estado la Contraloría, la Fiscalía, el TSJ en todos esos episodios de robo a mano armada, consecuencia de los continuos decretos de emergencia para las obras, la electricidad y la comida? Emergencia para todo, contrataciones viciadas y estos organismos cómplices, jamás instituciones independientes, nunca vieron nada ni acometieron investigación alguna.
El 11 de abril de 2002 se produjo una rebelión civil de tal contundencia, pocas veces vista una igual en el mundo, que desalojó del poder a aquel que dio muestras de acabar con la democracia, la justicia, la moral y se dirigía a arruinar el país. Esta masiva ebullición de gente, de ciudadanos en las calles, fue una actuación de los mecanismos de la democracia para sacar de raíz el mal que se pretendía instaurar desde entonces. Y se logró el objetivo de manera espontánea. Todos formamos parte de ese movimiento de la dignidad y la conciencia nacional.
Pero los políticos, lamentablemente, resultaron menores para el momento de grandeza que exigían esos nuevos tiempos. No me vengan con lo de la antipolítica, yo creo en la política y soy político. Pero me afilio a la política ejercida con grandeza a favor de la construcción de una democracia. De esa rebelión inesperadamente para la mayoría, y me incluyo, emergió la figura del doctor Pedro Carmona en el poder.
Yo nunca entendí, por las razones que fueran, la traída de vuelta del difunto al poder. Fue una locura. Ya el pueblo mayoritariamente lo había destituido. Hubiera sido preferible dejar a Carmona, en una dictadura comisoria, analicen este concepto, por un período de seis meses y luego convocar a elecciones limpias y restaurar la democracia. Se cambió este escenario por la mezquindades y cálculos personales de una politiquería menor y se prefirió regresar al difunto destituido y miren todo el lodazal de corrupción y destrucción del país con heredero incluido. Como lo demostró el Libertador, la dictadura comisoria es una figura legal y legítima apropiada en determinadas situaciones límite, que se utiliza temporalmente para restituir la democracia, y lo dice un demócrata convencido y profeso que tiene como centro el respeto fiel a la soberanía popular.
¡No más prisioneros políticos, torturados, asesinados ni exiliados!