Comenté hace un par de días en este espacio que se han abierto una multiplicidad de frentes en el país en tiempos recientes que quizás no habíamos atestiguado antes. Ninguno de ellos es inmanejable; no todos son culpa del gobierno; es posible que ninguno de ellos se convierta en detonador de una crisis más importante. Pero sí es cierto que el entorno nacional e internacional en el cual estos frentes y los que siguen se abren pueda ser, ese sí, decisivo. Es tal vez lo que le pueda suceder al gobierno de López Obrador.
Los indicadores adelantados de diciembre, más algunas otras señales ya de enero, incluyendo los estragos de la guerra del huachicol, sugieren un enfriamiento significativo de la economía mexicana. Aunque el presidente diga que él tiene otras cifras y que va a sorprender a muchos, existen buenas razones para prever, como lo han hecho algunos bancos, algunas corredurías, y sobre todo algunos expertos en privado, que difícilmente creceremos más de 1,5% este año, o tal vez incluso apenas 1%.
A los motivos internos de esta desaceleración –escasa inversión privada por compás de espera y/o temores; dificultades de arranque de cada sexenio en materia de gasto público; problemas serios con la inseguridad, la energía, y la infraestructura– se suman elementos externos. Simplemente por probabilidades, y la recurrencia de los ciclos económicos o de negocios, parece evidente que viene una nueva recesión norteamericana. Puede suceder en la segunda mitad de este año o la primera del año entrante; eso no lo sabemos. Pero de que viene, viene. Este enfriamiento de la economía norteamericana indudablemente afectará a la mexicana.
Sobre todo si a pesar de estas cifras poco alentadoras de Estados Unidos, la FED decide seguir elevando las tasas de interés en aquel país, aunque sea con menor frecuencia y quizás menor intensidad que en 2018. Habrá por lo menos un par de alzas este año; quizás una más. Cada vez más Banco de México se verá obligado a hacer lo mismo. Sabemos que la apreciación del tipo de cambio no tiene nada que ver con la confianza en López Obrador –como dice el propio AMLO, pero esperemos que no lo piense–, sino con el diferencial de tasas entre México y Estados Unidos. Esto permite un carry-trade muy jugoso para grandes cantidades de inversionistas de corto plazo, o traders. Pero cada vez que Banco de México sube las tasas, contribuye ligeramente también a enfriar la economía mexicana. Entre más las suba, más se enfría. Entre más factores de enfriamiento, más frío.
La sociedad mexicana no tiene una meta de crecimiento de la economía que le guste o le disguste. No espera más de un crecimiento de 2,5% que de 1%. Pero sí espera lo que viene junto con el crecimiento económico: un aumento del empleo, un aumento de los ingresos, un aumento de la recaudación del gobierno y un aumento del gasto público, sobre todo en temas sociales, educación, salud, vivienda, etc.
Nada de esto va a suceder con un crecimiento de 1%. Para algunos de los mexicanos más desfavorecidos, los que ganan el salario mínimo, el gobierno ya tuvo la acertada medida de elevarlos, en todo el país, y en particular en la zona fronteriza. Para algunos otros sectores poco beneficiados por el raquítico y móndrigo estado asistencial mexicano –los ninis, los adultos mayores, los preparatorianos, los discapacitados– habrá también un cierto alivio. Pero para la inmensa mayoría de los mexicanos que viven de su salario, y de un salario magro incluso con criterios latinoamericanos, el crecimiento es el único factor que importa. No lo habrá este año, y posiblemente tampoco el año entrante.
Este es el verdadero reto que enfrenta López Obrador. Todo lo demás es manejable, hasta cierto punto, incluso si se siguen juntando frentes abiertos. Su buena suerte y su habilidad le pueden ayudar a sortearlos. Pero contra un crecimiento de menos de la mitad del promedio de los últimos 25 años no podrá gran cosa. Y cuando esto se sienta, se va a sentir también el enojo de la gente.