COLUMNISTA

¿La enseñanza de la historia genera ciudadanía? (II)

por Carlos Balladares Castillo Carlos Balladares Castillo

El profesor Fernando Vizcaya Carrillo (decano de la Facultad de Educación de la Universidad Monteávila) ha seguido analizando el tema sobre educación y ciudadanía en sus dos últimas entregas para Pluma. Nosotros intentaremos humildemente seguir colaborando con él. En este sentido, en su escrito del 19 de marzo amplía el problema al advertir que nuestro sistema educativo no ha logrado formar ciudadanos ni tampoco enseñarnos a trabajar y a pensar. Y también señala que las causas de ello no solo la debemos buscar en la instrucción sino que las mismas pueden estar en la estructura social (la familia) o las tradiciones. De nuestra parte creemos que hay que seguir ahondando en la relación entre la historia que se dicta en nuestras escuelas y la ciudadanía. En este sentido adelantamos en el primer artículo una primera conclusión: la historia puede ayudar a formar ciudadanos siempre y cuando se apegue a la verdad o como mínimo intente hacerlo, lo cual no ha hecho nuestra historia oficial.

Lo ideal sería una historia oficial que se acerque más a la historiografía, porque esta última busca la verdad histórica. No puede seguir el divorcio entre lo que se investiga y lo que se enseña (historiador Juan Carlos Reyes). La historiografía nacional entre los sesenta y setenta comenzó un proceso de desmitificación y superación del culto a la Independencia y a Simón Bolívar. Realidad que jamás se ha visto reflejada en la educación, al contrario, se siguió fortaleciendo el culto con la creación de la materia más aburrida –según testimonios de los estudiantes– del bachillerato: Cátedra Bolivariana. Además, se incorporó toda una visión marxista de la historia en un extraño sincretismo con el tradicional romanticismo decimonónico que ve a la historia como la épica protagonizada por unos seres olímpicos dirigidos por el Zeus-Bolívar. Las consecuencias son evidentes y las padecemos diariamente en la cantinela que repite el hegemónico sistema de propaganda gubernamental. Especie de culto fundamentalista en el que Bolívar es dios y el gobernante de turno su profeta. Es por ello que si se enseña mesianismo no podemos tener ciudadanos.

Si queremos tener ciudadanos debemos traducir el contenido que ha producido la historiografía reciente en lo que respecta a nuestra historia civil en formación de los jóvenes. Pero considero que esto no basta, de manera que la historia oficial debe hacer un esfuerzo por romper con la tradición bolivariana y épica, y fortalecer los valores ciudadanos. Ambos elementos deben reforzarse. E incluso, sería ideal que la memoria colectiva sepa despertar e inspire alguna que otra sustitución de estatuas ecuestres por civiles constructores de la República. Sin duda parece cuesta arriba, pero ya hay un camino andado que puede aprovecharse; además, el exceso de las últimas décadas ha generado un importante grado de hartazgo.

En su tercera entrega (2 de abril) el profesor Vizcaya, apoyado en José Ortega y Gasset (España invertebrada), nos recuerda que la historia nos ayuda a forjar una identidad, a formar “la estructura ética en las personas” y construir “una comunidad de propósitos”. Estas ideas las consideramos fuertemente vinculadas con las de Mario Briceño Iragorry en Mensaje sin destino (1951), al decirnos que nuestro problema es ese precisamente, el poseer una “crisis de pueblo” que es la ausencia de conciencia histórica, de identidad; de manera que somos víctimas de las modas, las culturas transnacionales y ciertamente de los mesías. La solución está en una enseñanza de la historia centrada en lo civil, en los éxitos ciudadanos; que valore el esfuerzo del trabajo mostrando ejemplos y modelos empresariales y laborales, y que desmienta el pesimismo positivista que nos define como bárbaros, por lo que solo podemos aspirar a ser sometidos por un militar autoritario. Una formación que supere el anhelo de la falsa justicia de la propuesta marxista que encierra en sí el resentimiento y una idea de igualitarismo que exalta la mediocridad y el populismo. Pero también creemos que la búsqueda de lo que nos una, de nuestros propósitos, podría encontrarse en parte con una historia que se pasee por los proyectos de país que hemos intentando hacer realidad. Con esta idea concluimos por ahora.