El profesor Fernando Vizcaya Carrillo (decano de la Facultad de Educación de la Universidad Monteávila), admirado amigo y colega, inició el 5 de marzo la publicación en Pluma de una serie de artículos sobre el tema en cuestión. Es una iniciativa que aplaudimos y a la cual anhelamos contribuir desde nuestra humilde posición como profesores de historia universal y de Venezuela. En este sentido, partimos de la certeza del aprendizaje de la historia como una útil herramienta para la formación de ciudadanos, pero –tal como afirma el decano– tenemos “la sensación y –con frecuencia– la convicción del fracaso de un sistema educativo y sus consecuencias, que vivimos –sufrimos– en las actuales circunstancias” (5-III-2018, “La enseñanza de la historia ¿genera ciudadanía?”, Pluma).
El primer aspecto que desarrolla el profesor Vizcaya es el de la verdad histórica, tratamiento del tema con lo cual estamos de acuerdo, y por ello proponemos el análisis del fenómeno con la pregunta: ¿existe una clara relación entre lo que se investiga (apegados a la objetividad de la disciplina) y lo que se enseñan en el aula de clases? La realidad es que no, porque lamentablemente la historia oficial mantiene una gran distancia de la historiografía e incluso de la memoria colectiva. Toda historia es siempre selección de hechos humanos en el tiempo porque es imposible conocer y enseñar todos los sucesos. El problema está en que dicha selección al realizarla el Estado (historia oficial), por lo general, no tiende a buscar la verdad de lo ocurrido, sino lo que ayuda a justificar su poder. En cambio, los historiadores profesionales buscan la verdad (historiografía) aunque con las limitaciones de las ciencias sociales, de manera que poco a poco van generando ciertos consensos que pueden llamarse “acuerdos historiográficos”. Los pueblos, sin intención aparente, escogen de manera espontánea ciertos acontecimientos y van generando de esa forma relatos, mitos y leyendas con los cuales comprender su pasado. No necesariamente coinciden con la historia oficial o la historiografía.
Tres discursos históricos se dan en la sociedad, tres tipos de verdades. ¿Cuál de ellas ayuda a la formación ciudadana? Sin duda, la que más se acerque a la verdad histórica, y esa es la historiográfica. Porque, tal como nos recordó el profesor Vizcaya:
“Cuál sería la posición prudente de una persona que investiga o que quiere conocer adecuadamente. Leer, en cualquier caso, el original del texto que describe o justifica el tema propuesto. Obviamente esas lecturas, no pueden ser superficiales, sino que requieren una cierta preparación remota, y próxima de los hechos, las circunstancias y las personas” (Ibíd).
Y más adelante nos recuerda la advertencia de Julián Marías en El oficio del pensamiento, sobre el fácil consumo del error (“la idea falsa”) y la “aceptación de las confusiones”. El ciudadano es, precisamente, lo contrario, por ser una persona que tiene la responsabilidad de influir en los destinos de la polis, de modo que debe asumir una actitud crítica y de constante precaución ante el engaño, la mentira y el error. Error que puede costarle muy caro al destruir el espacio donde es libre y por ello un ciudadano.
En una primera conclusión se puede decir que la historia puede ayudar a formar ciudadanos siempre y cuando se apegue a la verdad o, como mínimo, intente hacerlo. En nuestra segunda entrega nos dedicaremos a explicar cómo la historia oficial venezolana ha influido en nuestro fracaso educativo y republicano.
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