Michael Penfold es, sin dudas, uno de los mejores o más inteligentes analistas políticos del país, y más allá de las fronteras. Su ensayo “Las incertidumbres de la realidad política venezolana”, publicado hace poco (no sé dónde), son una muestra del dominio con que ejerce la ciencia política. El ensayo es largo y complejo, pero no lo examinaré todo, sino las partes que me parecen más relevantes al día de hoy. La muy alta inestabilidad y la gran incertidumbre hacen que unas pocas horas equivalgan al largo plazo.
Hoy, 17 de abril (fecha en la que escribo este artículo), Tibisay Lucena ha anunciado en cadena nacional que las elecciones se realizarán, definitivamente, el 20 de mayo, es decir, en un mes. Nos colocamos así en la situación que Penfold llama “parterrayo”, una falla tectónica profunda que anula todos los escenarios examinados. Se abren los cuernos del dilema: Maduro candidato, cabalgando sobre la ilegitimidad de esta elección, o se abre una transición: hay dos candidatos: Falcón, el más probable, y un Bertucci que, según Penfold, restaría votos potenciales a Falcón. De esta opinión no participo, pues a la gente no le gusta “perder su voto” y el pastor evangélico carece de toda experiencia política y de recursos. Maduro no le endosará recursos y votos si ve su situación comprometida.
Dice correctamente Penfold: “Una reelección ilegítima de Maduro plantea unos riegos tan altos para todos los actores relevantes que lo sostienen [incluida la FANB], que sus costos pueden llegar a ser prohibitivos”. No solo Maduro pagaría esos costos, sino que ellos se trasladarían a toda su nomenklatura: el peso de las sanciones les convertiría el país en una cárcel, pues si salen sin un acuerdo mínimo, se exponen a ser capturados por la Interpol, la CIA, la DEA y órganos similares. Maduro, un presidente sumamente cuestionado, interna e internacionalmente, no podrá librarlos de las sanciones. Él es el cabecilla de la dictadura, de la muy grave situación económica y social, y de la crisis humanitaria que azota al país. De ganar, el país entraría en un largo proceso de inestabilidad y severos conflictos. La represión desplegada en abril-julio de 2017, con todo lo cruenta que fue, se verá en el horizonte empequeñecida.
Penfold cita los resultados, muy concordantes entre sí, de las últimas encuestas: arrojan, en promedio, una ventaja de 8 puntos a Falcón, pero controladas por aquellos electores que votarían con toda seguridad, esa ventaja se anula y queda un empate técnico. Pero si la abstención es muy alta tendremos continuismo, hambre, enfermedades y represión por un buen rato. Y esto deben meditarlo cuidadosamente los acérrimos partidarios del abstencionismo, porque no desean “convalidar una emboscada y un fraude monumental”. Posición éticamente respetable, pero muy alejada de lo que realmente importa ahora: el cambio de gobierno, y la alternativa es Falcón. La abstención es un voto decisivo para un gobierno que ha destruido a Venezuela y sometido a sus habitantes a las más dolorosas penurias (Véase Encovi, 2107).
Esta terrible calamidad es evitable, aun si no cambian las condiciones electorales, si ese 87% que no aprueba la gestión de Maduro se vuelca, en gran medida, a su candidatura. La palabra clave la aprendimos en la lucha contra la dictadura de Pérez Jiménez. ¡Unidad! De no producirse, Maduro se mantendrá, aun ilegítimamente, en el poder con su camarilla, que es inestable porque teme a las sanciones y a las acciones de protesta cotidianas que sin dudas irán aumentando con la represión y la crisis de hambre, enfermedades y muertes prematuras por desnutrición infantil, estimada en casi 1 millón de niños entre 0 y 9 años de edad. Ante tal realidad, el ominoso y fascista carnet de la patria no solo es una entelequia sino una estafa a los más pobres.
Señala Penfold que la Unidad misma es la fuente de sus debilidades. Correcto. Precisa que concentrarse en ganar elecciones no basta y que “se ha olvidado de los resultados colectivos y constitucionales que llevan a la democracia”. Opino que, tal vez, es cierto, pero no tajantemente. Para muchísima gente (más de 12 o 14 millones de electores) la democracia, el Estado de Derecho, la libertad son palabras abstractas. Lo que los mueve es el hambre, la miseria y el cierre de toda posibilidad de mejoría.
Con gran tino político y humano, Penfold escribe: “Es urgente aprender a transformar la adversidad en oportunidad, y la única forma de hacerlo es acercando posiciones, compatibilizando objetivos y garantizando que el triunfo de una ruta no se transforme en la derrota del otro. La mejor manera de garantizar esto es asegurando que cualquier alternativa termine alcanzando los mismos objetivos que hayan sido previamente consensuados. Si la Unidad se llegase a construir sobre estos cimientos, la voluntad de cambio político, gracias a un país que mayoritariamente desea vivir en democracia e impulsar el crecimiento económico, sería sencillamente indetenible”. Palabras lapidarias y claras como “cono la aurora de rosáceos dedos” (Homero). La Unidad así lograda, despertará y enardecerá el entusiasmo de los decepcionados, los abstencionistas de buena fe y aun de los infaltables ni-ni.
La reflexión sobre la idea de fines comunes debe apoyarse en Baruch Spinoza, un filósofo a partir del cual es posible pensar este problema. Poder y voluntad del Estado, potencia común y libertad del individuo. Así se nos han mostrado las dos disyunciones producidas por la emergencia en la política moderna de la noción de soberanía y de la noción de Estado. Son estas nociones las que nos hacen tan difícil la tarea de dar consistencia a la idea de democracia. La filosofía de Spinoza está, exactamente, consagrada a recusar esta disyunción como elusiva, simultáneamente, de las ideas de libertad y de potencia soberana. No pudiendo extendernos en consideraciones al respecto, diré que el concepto de libre necesidad, y su relación con las libertades del soberano y del individuo es la base de todo objetivo común.
La idea de comunidad política supone pensar que es posible el acuerdo de estas libertades. Este acuerdo no puede ser hecho más que bajo la autoridad de la razón, que no dice otra cosa que sus identidades subsisten. Pero la razón no puede prevalecer por libre decisión, la razón prevalece solamente por libre necesidad. Eso es verdad para los individuos. Eso es verdad, igualmente, para los que ejercerán la voluntad soberana: ya no hay lugar para esperar de ellos el que quieran comportarse conforme a la razón, hay que obrar de manera que lo hagan. Esto es verdad aun para la misma comunidad. Spinoza se afana en hallar la unidad del mundo. Pero es aplicable a nuestro pequeño e inmenso mundo venezolano.
Los líderes de la MUD/FAN y Falcón son libres de acercarse, pero no pueden ser como un Robinson Crusoe: autosuficientes solitarios. Esa libertad de que gozan necesita de otra u otras personas, organizaciones o coaliciones. La libre necesidad es indivisible, pero puede ser ignorada. Dividirlas es caer en el aislacionismo o, peor aún, en el solipsismo, creer que solamente amparados en la ética puede lograrse la transición hacia la democracia que urgentemente necesitamos.
Con base en Spinoza podemos, entonces, dar esta definición de democracia: es la organización de la comunidad que tiene por efecto el que tanto los individuos, como los gobernantes, conducen sus acciones en conformidad con los principios de recta razón. La mayor potencia que el poder soberano puede adquirir es la que se apoya en el reconocimiento de su autoridad por aquellos sobre los cuales es ejercida. Y tal es el fundamento de la democracia.
Es el ejercicio propio del poder común, que es enteramente a la vez el ejercicio en común del poder de cada uno, lo que forma y mantiene la cohesión de la comunidad. Y tal vez será necesario entender, antes que nada, esta severa advertencia que nos da el tratado teológico-político: privar a un hombre de toda esperanza es hacer de él un enemigo feroz de toda la comunidad. Esta debería ser nuestra preocupación por la democracia.
Esta concepción de la democracia está tan lejos de la de Maduro como el fulgor de la noche y sus iluminaciones.