Muchos son los males que le debemos al difunto Hugo Chávez, y no es el menor que haya permitido a los autodenominados progresistas españoles escoger el país para llevar a cabo sus catastróficos experimentos socio-económicos. Estos “perroflautas”, como les dicen en la madre patria, vieron en el país y en las debilidades del difunto comandante la posibilidad no solo de lucrarse personalmente, sino de conseguir una fuente segura de ingresos para montar el chiringuito que en España les permitiera llegar a las cortes y mantenerse económicamente de por vida. Y no se puede decir que hayan fracasado en sus metas. La representación en el Parlamento Europeo, así como los setenta y pico diputados en el Congreso español y los bienes materiales de sus principales líderes, así lo evidencian.
Pero la desfachatez de estos señores no tiene límites. El tiempo que ha demorado la oposición venezolana en dar la estocada final al régimen ha permitido que esta izquierda niñata y mercenaria se agrupe alrededor de este gobierno inescrupuloso e inicie una ofensiva mediática, haciendo alarde de la solidaridad automática y arrogancia que les caracteriza. Parte de ello son esos videos que ha ido colgando en la red una joven, donde, entre otras cosas, se asombra porque en el país haya un McDonald’s y alguna que otra panadería que venda unos cuantos bollos de pan. Con su risita sardónica insiste, como hace meses lo hizo su compañero de Podemos, en que aquí no hay crisis de ningún tipo, porque, le faltó decir, “todavía la gente come de vez en cuando”. De esa manera pagan los favores por esa inyección de capital que el chavismo, a remedo del gobierno de Gadafi, hizo a cuanto izquierdista andaba realengo por el mundo.
Cuando Curzio Malaparte en su obra La piel describe la miseria y prostitución que había entre los habitantes de la ciudad de Nápoles al momento de ser liberada por los americanos, nos señala que “luchar para vivir” no es lo mismo que “luchar para no morir”; que esto último es lo que hacen los soldados en la guerra, pero que lo primero es lo que hacen los pobres de este mundo. Los que hemos palpado el infierno que se vive actualmente en Venezuela y que nunca pensamos llegar a conocer, seguramente entenderemos muy bien lo que este autor, que no era precisamente derechista, nos trataba de decir.
Esta chica, como representante de esa izquierda caviar y de poses, que pernoctó en la zona vip, o piso 11, del Hotel Meliá mientras estuvo en el país, y cuyos viáticos y gastos de estadía pagamos todos los ciudadanos, está muy lejos, sin embargo, de saber algo sobre lo que llevábamos dicho. Estos “progres” –productos del Estado de bienestar español– no conocen de necesidades ni de hambre; tienen unos beneficios sociales de primer mundo y cuando sus mujeres dan a luz, toman, junto con sus parejas, un permiso posnatal de varios meses que los exime de trabajar. No les importa que nuestros compatriotas no tengan medicinas para curarse y coman de la basura, o que nuestras mujeres se prostituyan en la frontera para enviar algunos dólares a sus familiares. Ellos tienen de todo en sus mesas, y cuando sufren algún atisbo de ansiedad se toman una pastilla que les proporciona gratis una seguridad social pagada por todos los españoles de a pie, con los cuales ya no se codean.
En fin, si algún día vuelve la dignidad a estas tierras, no solo debería ser denunciado una vez más el ensañamiento que esta nueva clase política ha llevado a cabo contra el venezolano común, sino que se debería proceder jurídicamente contra sus cabezas más visibles: esos seres despreciables que aprovechan la tolerancia de los canales de televisión españoles para pontificar, sin ningún derecho, sobre nuestro país.