COLUMNISTA

La enfermedad

por Carlos Balladares Castillo Carlos Balladares Castillo

Las largas caminatas que he realizado debido al problema de la escasez del transporte público, y que describí hace dos semanas en esta misma columna, en el artículo titulado “Los caminantes” (07-11-2018), me generó desde hace dos semanas el despertar de mis dolores de espalda (tengo tres hernias discales: L3, L4, L5, L5, S1).

El lunes de la semana pasada estos dolores se hicieron más intensos, acompañados de otros males: fiebres casi permanentes (por una especie de dengue) y el despertar de la piedra en el riñón. Nunca había vivido una combinación tan dolorosa y paralizante, que ahora, gracias a Dios, se va superando, pero que me ha hecho pensar en la ausencia de salud y los enfermos de Venezuela y el mundo.

Lo sé, soy un afortunado, he gozado de salud toda mi vida. Cuando me ha dado una fiebre o gripe me han durado menos de dos días. Las dos veces que me operaron fue leve la recuperación. No me he partido ni un hueso ni me han tomado puntos, salvo los de dichas operaciones y algunos odontológicos. Las migrañas que me dieron desde mi adolescencia fueron fuertes, aunque rápidas. Pero el “triple ataque” de esta semana, con dolores que abarcaban casi todo mi cuerpo, que no dejaban de aumentar con los días y que incluso el anhelado descanso me generaba más dolores, era desesperante. Soñaba con que llegara el momento de la salud, de ese estado en que no sientes ningún dolor. Me parecía un momento realmente milagroso. ¿Cómo la gente puede estar sana y sentirse triste?, era mi pregunta permanente.

Puedo entender a los que tengan algún problema de depresión como enfermedad, pero no a los que se quejan estando sanos. Es cierto que el hambre o la pobreza extrema te lo pone cuesta arriba, pero si tienes salud tienes la fuerza para superar estas condiciones.

Me puse en el lugar de tantos enfermos, aunque suena osado y ofrezco disculpas por ello a los que sufren problemas crónicos de graves enfermedades, y los admiré con compasión. Rogué a Dios por la superación de sus males, y una vez más recordé cuando me hice consciente de los graves problemas de la humanidad (al inicio de mi adolescencia), que fue el momento en que consideré la ausencia de salud como el peor de los males. No podía creer que sociedades y Estados abandonaran a los enfermos. En ese momento pensé en que todos debíamos luchar para que nuestros gobiernos dediquen un mayor presupuesto a la sanidad. Fue inevitable sentir rabia porque en mi país se ha adoptado un modelo en el que el poder lo quiere controlar todo, error criminal que lleva a la dispersión del esfuerzo estatal que con solo centrarse en la salud aliviaría tanto sufrimiento.

¡Somos tan banales cuando estamos sanos! ¡Valoramos tan poco la normalidad! El solo hecho de probar una pequeñísima dosis de enfermedad nos debe hacer profundamente conscientes del sufrimiento ajeno. Los venezolanos somos mayoritariamente cristianos, gracias al legado de 500 años que ha sembrado la Iglesia Católica, y la vida de Nuestro Señor Jesucristo está llena de la atención a los enfermos. ¡¿Cómo llamarnos cristianos y no imitarle?! Hoy en día en nuestro país están sufriendo y muriendo miles y miles de compatriotas porque el socialismo real destruyó el sistema de salud. Son tantos que en un país normal no morirían porque tendrían acceso a las medicinas. No hay palabras para describir el crimen que se está cometiendo. No podemos seguir en silencio. Y cuando superemos esta pesadilla que el logro de un país sano sea la principal prioridad. ¡No perdamos la esperanza jamás!