Hoy, cuando pergeño estas notas, se conmemoran los 60 años del 23 de Enero de 1958, día de la caída de la penúltima dictadura padecida por los venezolanos. Un movimiento cívico-militar logró después de todo un mes de crisis que el dictador Pérez Jiménez y su camarilla abandonaran el poder y huyeran.
La crisis terminal de la dictadura de marras fue consecuencia de los propósitos continuistas del régimen y del incumplimiento de lo previsto en la Constitución de 1953 en el sentido de que en el año 1958 debían realizarse elecciones generales para renovar los poderes nacionales (Ejecutivo y Legislativo). La camarilla gobernante pretendió sortear el mandato constitucional con la realización de un inconstitucional plebiscito.
En todo ese proceso desempeñaron un rol clave y decisivo amplios sectores de la oficialidad intermedia de los cuatro componentes de las Fuerzas Armadas Nacionales de la época. En las horas finales concurrieron al movimiento algunos altos oficiales al entender lo inevitable y necesario del cambio planteado.
Los diversos sectores de las Fuerzas Armadas que insurgieron contra la dictadura, no solo contra Pérez Jiménez, habían comprendido que el régimen iba a contrapelo de los intereses nacionales, de los propios de la institución castrense y de los anhelos –aunque silenciados por el terror y la represión– de libertad de la sociedad venezolana.
Es conveniente recordar que en esa gesta tuvieron participación destacada los partidos democráticos, el movimiento estudiantil, los gremios profesionales – entre ellos hay que relevar el papel clave desempeñado por los trabajadores de la prensa en el inicio de la huelga general del 21 y 22 de enero convocada por la Junta Patriótica en coordinación con sectores de las Fuerzas Armadas.
Sesenta años después de la gesta del 23 de Enero de 1958 que derivó en la instauración de la democracia –que algunos pensaron duraría para siempre– el país se encuentra bajo los designios de un régimen no democrático con vocación totalitaria que desde sus primeros pasos se propuso y ha logrado acabar con el sistema de libertades y sumido al país en una crisis sin precedentes en su historia moderna.
Los regímenes chavista y perezjimenista comparten entre sí algunas similitudes. Ambos militaristas, más que antidemocráticos francamente dictatoriales y su respaldo fundamental son las Fuerzas Armadas y el aparato represivo del Estado. Para el perezjimenismo su gobierno fue el de las Fuerzas Armadas y cuando no lo fue más porque dejó de representarlas se tuvo que ir. Para Chávez y su proyecto político la vanguardia nunca fue el pueblo o sector alguno de este, sino los militares; por eso siempre buscó controlarlos y les confirió un papel relevante en la gestión de la cosa pública.
El deslave del apoyo popular al chavismo y su consecuente crisis de representatividad lo ha hecho más dependiente del apoyo de la FAN hasta llegar al extremo de que se habla de un cogobierno entre el PSUV y la cúpula castrense.
Hoy la FAN representada por su alto mando es corresponsable de la crisis nacional que sufre la sociedad venezolana y que lejos de amainar o remitir en el futuro se profundizará y agravará debido a la incapacidad y tozudez de quienes gobiernan en insistir en llevar adelante el proyecto de dominación causante de la tragedia nacional en progreso.
Los integrantes de la Fuerza Armada Nacional deben mirarse en el espejo de sus compañeros de armas de 1958 que supieron discernir con claridad en dónde se encontraban los intereses nacionales y los de la propia institución castrense, no para dar un golpe de Estado, sí para presionar a los gobernantes de turno a regresar al imperio de la Constitución y a permitir la realización de unos comicios presidenciales justos, libres, competitivos y democráticos en este año y cuando corresponda.
Si así lo hicieran le ahorrarán a la nación más sufrimientos y abren la posibilidad de resolver pacíficamente los actuales entuertos que impiden la libertad, el progreso, la justicia y la solidaridad en Venezuela.
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