COLUMNISTA

Emigración y emigrados

por Adolfo P. Salgueiro Adolfo P. Salgueiro

La prensa nacional e internacional viene reseñando el número cada vez mayor de diligencias y visitas que hacen distintos funcionarios, políticos y otras personalidades a las fronteras que Venezuela tiene con Colombia y Brasil. Al mismo tiempo se multiplican las reuniones, declaraciones y fuertes críticas a la posición de Miraflores de no reconocer la crisis existente y por tanto no aceptar cooperación para solucionarla.

Solamente en la semana que hoy termina se escenificó la visita nada menos que del vicepresidente de Estados Unidos, Mike Pence, a los refugios fronterizos que Brasil ha instalado para atender a nuestros compatriotas que llegan por la vía de Boa Vista y Manaos. No es poca cosa. Al mismo tiempo, una delegación de diputados del Parlamento Europeo se desplaza por esa misma área brasileña y por la zona de Cúcuta constatando la lamentable situación que allí se vive pese a los esfuerzos y buena voluntad que los gobiernos y la mayor parte de la gente hacen para aliviarla. El papa Francisco, el Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados, el secretario general de la OEA, el recién electo Iván Duque, presidentes latinoamericanos, dignatarios eclesiásticos y demás personalidades se pronuncian al unísono criticando y solicitando comprensión y ayuda.

A todo lo anterior las autoridades venezolanas solo se dedican a emitir diligentemente airadas protestas que ya son tantas que suponemos las tendrán preparadas en formularios “ad hoc”. Pensar que cada comunicación a la Unión Europea implica 28 destinatarios por ser ese el número de sus miembros, ya da una idea del tipo de tarea que estará ocupando a nuestra Cancillería mientras nuestros “diplomáticos” en el exterior  (muchos de ellos “revolucionarios comprometidos”) son desalojados de sus viviendas al no poder cancelar arrendamientos porque no les llegan los sueldos, etc. etc. Sin embargo, el demasiado bien alimentado inquilino de Miraflores sigue pregonando que “a Venezuela se respeta”, lo cual es deseable. Quien no se da a respetar es el gobierno.

Mientras la estampida de personas abandonando el país se ha convertido ya en diáspora, son otros los problemas –muchos no deseables– que se van presentando: violencia, venezolanos cometiendo delitos a veces graves o siendo ellos víctimas de acciones que generan mala voluntad y algunas muestras de rechazo que con cada vez mayor frecuencia se reseñan en la prensa de esos países. Lamentable como es, hay que entender que en una cifra que supera largamente los 2 millones de emigrados estamos exportando una muestra representativa de lo que es nuestra composición interna: muchísimos buenos y algunos malos, muchos doctores y algunos ignorantes, pocos ricos y muchos pobres. Muchos salen en busca de libertad, pero hay que reconocer que la mayoría lo hace porque ya no pueden satisfacer ni las necesidades más perentorias que –lamentablemente– tienen precedencia sobre la democracia por más deseable que ella sea.

Afortunadamente el mundo en general ha sido comprensivo y solidario. Hay que entender la situación de Cúcuta o Boa Vista, por ejemplo, que no son ni Miami ni Mónaco sino comunidades donde impera la modestia y no sobran los recursos; y que, sin embargo, han hecho lo posible por acoger a los venezolanos que allí llegan, lo cual, en algunos casos, ha producido reclamos naturales entre gente que tiene poco para compartir. 

Hay que tomar nota también de cómo aquellos países que en sus horas más oscuras nos inundaron con sus propios ciudadanos emigrantes, hoy se portan a la altura brindando las facilidades que pueden. Argentina, Chile, Perú, Ecuador, Colombia, etc. han ido creando programas de facilitamiento a través de la flexibilización de normas migratorias, ayuda en la obtención de empleos, homologación o flexibilización en la aceptación de credenciales de estudio, etc. Trinidad ha sido el único país que no solo ha dado la espalda a nuestros compatriotas sino que se ha esmerado en hacerles la vida difícil deteniéndolos, mientras que Curazao optó por devolver a algunos venezolanos que habían llegado a sus costas después de peligrosos cruces en frágiles embarcaciones.

Como reflexión de cierre no podemos dejar pasar una referencia a la desafortunada declaración de la señora vicepresidente, la controvertida Delcy, que con la mayor falta de prudencia y criterio nos ha hecho saber que el panorama de sufrimientos y carencias que hoy viven todos los venezolanos es nada más ni nada menos que la venganza de ella y su hermano por el sufrimiento que vivieron como consecuencia del confuso y condenable episodio que costó la vida a su padre en los calabozos de la Disip en julio de 1976 con motivo de una investigación por su posible participación en el sonado secuestro del ejecutivo norteamericano William Niehous. Tal confesión pudiera hacerla sin mayor consecuencia cualquier ciudadano de a pie, pero no quien ostenta la Vicepresidencia de la República y acaba de dejar la presidencia de un  órgano de elección popular, la asamblea nacional constituyente, cuestionada sí, pero autoproclamada y  ejerciendo como supraconstitucional.