En América Latina los originarios gobiernos democráticos considerados populistas fueron por ejemplo Lázaro Cárdenas en México, Juan Domingo Perón en Argentina y Getúlio Vargas en Brasil. Luego de la era de las dictaduras en los años 1970 y 1980, y de la recuperación de la democracia, implícitamente todos los gobiernos o medidas de gobierno que han contado con apoyo popular en elecciones libres han sido definidos por los opositores como populistas, al punto de que «populismo» y «democracia» han llegado casi a identificarse
Para muchos versados en el tema, el populismo podría resumirse en pocas palabras como: “decirle al pueblo lo que el pueblo quiere escuchar, independientemente de la realidad objetiva”. En este sentido, todo político es un populista. De lo contrario no tendría esperanza de ganar ninguna elección. Cualquier duda al respecto de esta última afirmación puede ser aclarada dándole un vistazo a las promesas que hacen los candidatos presidenciales, gobernadores, alcaldes, concejales y diputados en momentos electorales.
El término populismo se ha usado en política con dos acepciones diferentes; una de ellas tiene un significado positivo, pero principalmente se usa con una connotación negativa. En algunos casos se identifica erróneamente el populismo con la demagogia: mientras ésta última está referida al discurso del político buscando influir en las emociones de los votantes, el populismo está referido a las medidas que toma un político, buscando la aceptación de los votantes.
Por ejemplo, la victoria del presidente Hugo Chávez en diciembre de 1998 se apuntaló en un discurso populista, el cual se articulaba a las necesidades de cambio y expectativas frustradas durante años por las políticas liberales y neoliberales de la cuarta república, es decir el comandante utilizó un discurso según los especialistas “como una estrategia para llegar al poder y gobernar basada en un mensaje maniqueo que polariza la sociedad en dos campos antagónicos: el pueblo contra la oligarquía”. Desde ese primer momento también salieron del escenario los partidos tradicionales y otras organizaciones mediadoras, no obstante, emergía una nueva esperanza parecían desaparecer las murallas de corrupción y exclusión social que distanciaban al pueblo del bienestar y la justicia social. Sin embargo, las primeras acciones de políticas públicas y el populismo no fueron suficientes para canalizar la cantidad de demandas de aquellos venezolanos que soñaron con el verdadero cambio social.
La Venezuela del siglo XXI debe luchar por erradicar del pensamiento de sus dirigentes políticos la acción de la miseria del populismo electoral como estrategia pragmática de captar votos o respaldos, las nuevas generaciones tienen muchos desafíos para desmontar una práctica tan perversa como la del populismo electoral, lo que necesitan los venezolanos es que se creen nuevas fuentes de trabajo y no que pase parte de su vida esperando alguna dádiva que lo recree por un momento y tenga que esperar un nuevo evento electoral para poder tener acceso alguna política nacional de contenido social o económica que dignifique su vida… el caso de la señora que recibió una esplendorosa camioneta de manos de Maduro, justo cuando su viejo auto sufriera una desperfecto en la autopista; o aquella persona que le lanzó un mango y a cambio el presidente lo premió con una vivienda.
Lo grave, el concepto de populismo es tan complejo, lo han visto como una especie de nacionalismo cuyo rasgo distintivo es la equiparación del país y el pueblo, pareciendo este último al universo social integrado por la gente. El nacionalismo inducido por el gobierno nacional agota sus esfuerzos en dar la sensación de unión con el pueblo, teniendo como los protagonistas a los excluidos, es decir en nombre de este colectivo es que el presidente Maduro se erige como el defensor de los intereses nacionales frente a la supuesta invasión del imperio norteamericano.
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