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Elegir para salir

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Elegir, sí, para salir del presente desastre nacional. Elegir, no simplemente votar. Y elegir primordialmente a quien se quiere sea el jefe del Estado, a fin de reorientar el país hacia su reconstrucción y ulterior desarrollo.

Nuestra Conferencia Episcopal denunció sin ambages: el actual régimen de facto “usurpó al pueblo su poder originario” (Exhortación de 12.01.18), contraviniendo abiertamente así un principio de primer orden, universalmente aceptado en la constitucionalidad democrática y fundamental en nuestra carta magna (CRBV 5). ¿Deber urgente y prioritario entonces de parte de los ciudadanos? Recuperar el ejercicio de su soberanía. Esta obligación postula poner por obra los medios eficaces correspondientes. Nuestra Constitución prevé al efecto diversos mecanismos. Los obispos se limitaron a citar, a título de ejemplo, el artículo 71, que señala el camino referendario consultivo.

En la oposición se ha configurado la siguiente tríada con miras a la recuperación de la soberanía por parte del pueblo venezolano: cese de la usurpación, gobierno de transición, elecciones libres. Se identifica el fin (elecciones) y dos pasos para conseguirlo. Aquí aparece clara la obligante consulta al soberano, la cual se estima indispensable –conditio sine qua non- para que el país abra el camino hacia la solución orgánica de la gravísima crisis y un progreso integral consistente. Las elecciones libres presidenciales (que podrían eventualmente darse en sincronía con otra u otras) constituyen, por tanto, un fin, que, a su vez se convierte en medio para encaminar al país hacia una “nueva sociedad”, libre, justa, solidaria y pacífica. Sociedad que, como histórica, será siempre perfectible.

En estas últimas semanas se han registrado iniciativas bajo impulso y respaldo internacional, con miras a conversaciones o negociaciones que permitan superar el actual enfrentamiento institucional actual y posibilitar una reunión de los venezolanos en el marco de una reinstitucionalización democrática. Lamentablemente “diálogo” se ha convertido entre nosotros en término viciado y malsonante por el abuso que el régimen “socialista” totalitario ha hecho de él para distraer, engañar, ganar tiempo.

El planteamiento de elecciones libres se muestra necesario y urgente. Resulta primario e irremplazable consultar al soberano cuando se juega en profundidad y alcance la suerte del país ¿Qué se ha de hacer con Venezuela? ¡Pregúntesele a los venezolanos qué quieren! La respuesta no corresponde darla a un grupo de poder, a una secta de “iluminados o a una potencia externa, sino al pueblo en su conjunto. Y esa respuesta será verdadera y válida solo si se manifiesta libremente, con conocimiento suficiente y sin coacción de ningún tipo. En las circunstancias actuales debería ser garantizada también por una efectiva supervisión internacional (tipo ONU, OEA, UE).

Las elecciones tienen que efectuarse en un plazo de meses, pues lo de “el tiempo es oro” en las actuales circunstancias significa “el tiempo son lágrimas y sangre. El proceso eleccionario han de ser un auténtico fair play (en criollo, juego “sin tramposerías”). Este requiere, entre otras cosas, no solo un nuevo Consejo Supremo Electoral (para asegurar limpieza), un Tribunal Supremo de Justicia distinto (para garantizar imparcialidad y respeto alos resultados), así como, por supuesto, un Ejecutivo Nacional reformulado (para lograr un escenario político sin persecuciones, presos políticos, hegemonía comunicacional, chantajes electoreros, imposición de un proyecto político-ideológico totalitario).

¿Y mientras…? La crisis humanitaria urge atención seria, inmediata y sin coloración partidista o clientelar. El deterioro de los servicios básicos tampoco puede esperar. Se trata de preparar un proceso electoral libre, pero también de escuchar operativamente desde ya el clamor de una multitud de hambrientos, enfermos abandonados, emigrantes forzados, venezolanos carentes de servicios básicos.

Es imperativo realizar elecciones realmente libres: culmen de una tríada de cambio político e inicio de una secuencia consistente de progreso integral del país.

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