Un primer balance de las elecciones confirma que, en medio de una economía sin problemas y pese al “Gerrymandering”, que favorece la rentabilidad del voto para los republicanos, Trump y su partido perdieron el control del Congreso; pues aunque el Senado sigue en manos republicanas, hay un importante contrapeso en el Poder Legislativo.
¿Por qué sucedió esto? En primer lugar, la preocupación transversal en el promedio nacional es la urgencia de retomar un camino que garantice la cohesión social de Estados Unidos. La xenofobia y el racismo, estimulados por la retórica de Trump, tienen eco en ciertos espacios del mapa electoral, pero un rechazo muy grande en el país. El estilo arbitrario en el manejo del poder, con menoscabo de las instituciones (incluido el escándalo que rodea la Casa Blanca desde el primer día), es percibido por sus leales seguidores como una manipulación mediática de la libre prensa, a cuyos periodistas Trump ha calificado peligrosamente de “enemigos del pueblo”. Ese clima tan riesgoso ha creado ansiedad y rechazo en todo el país.
El otro asunto que privó en los votantes por los candidatos demócratas fue un instinto de preservación de alcances sociales fundamentales, como la cobertura médico-sanitaria, o el respeto a los derechos civiles de las minorías. La idea de que avanza una agenda al servicio de grandes intereses corporativos (y no de las necesidades y aspiraciones más sentidas del ciudadano) también estuvo presente en el voto. El avance de una agenda religiosa conservadora (con los nombramientos judiciales) moviliza a muchos ciudadanos creando tensiones sociales adicionales a las expuestas.
Pero Trump logró retener el control del Senado, y alguien puede preguntarse cómo pudo ocurrir esto en contraste con lo ya expuesto. Por una razón. Solo estaba en juego un tercio de la Cámara Alta; y ese mapa electoral era especialmente adverso a los demócratas por la forma en que se ha venido dividiendo la preferencia electoral por regiones en el país. Los demócratas tenían que defender los escaños de Missouri, Indiana, North Dakota y West Virginia, bastiones republicanos alcanzados durante la reelección del popular Barack Obama, en 2012. Si el promedio nacional de Trump es de 40% de aceptación y 60% de rechazo, en esos estados es exactamente lo contrario. Los demócratas retuvieron solo uno (West Virginia) de esos cuatro estados. Para compensar, debían lograr victorias en tres estados de comportamiento pendular: Arizona, Nevada y Florida, más Texas, uno de los bastiones republicanos más consolidados hasta hoy del país. Los demócratas ganaron Nevada y perdieron Arizona, Texas y Florida (que se encuentra en recuento obligatorio de votos) por la ínfima diferencia de 1% o menos. Valga recordar, por si fuese poco, que en esos estados, como en Georgia, las autoridades electorales a cargo de gobiernos republicanos hicieron una purga de los registros electorales o pusieron trabas al registro de miles de electores. ¡Solo en Indiana fueron excluidos del registro 470.000 ciudadanos! En Texas Beto O’Rourke pierde la elección por 270.000 votos, pero entre 2012 y 2014 la autoridad electoral del estado en manos republicanas hizo una purga de 360.000 electores del registro. En Georgia, la candidata demócrata Stacey Abrahams (quien hubiese sido la primera mujer afroamericana en ser electa gobernadora de estado), pierde la elección por 75.300 votos, pero su propio contrincante proclamado ganador manejaba el registro electoral como secretario de Estado, e impidió el registro de 53.000 nuevos electores (mayoritariamente afroamericanos y latinos), y entre 2013-2017 efectuó una purga del registro electoral que excluyó a 1,3 millones de electores, ¡solo el año pasado excluyeron a 600.000 electores!
Este control del Senado, por la vía de estados con gran lealtad a la franquicia republicana y la marca Trump, tiene su objetivo en la estrategia de los asesores de la Casa Blanca. Trump quiere ponerle mano férrea al Departamento de Justicia y esto se la permite. De hecho, esta misma semana le solicitó la renuncia a Jeff Sessions y pronto propondrá su reemplazo con alguien más leal a su agenda de desmontar el trabajo del fiscal Mueller. Para esta movida, en este Senado sí cuenta con los votos, a partir de enero cuando se instalen los nuevos miembros de la Cámara Alta, porque hasta ahora no contaba con el apoyo de al menos 2 senadores republicanos que no regresan al nuevo Congreso (Jeff Flake de Arizona y Bob Corker de Tennessee). Si ese es el camino, habrá una respuesta enérgica desde la Cámara de Representantes, que ahora en manos demócratas puede usar sus facultades de investigación y control sobre el Ejecutivo a plenitud.
Florida merece un aparte para destacar que los demócratas ganaron sin problema el espacio de Miami, con las diputaciones de Donna Shalala y la dirigente latina e inmigrante ecuatoriana, Debbie Mucarsel. Es decir, la narrativa tradicional del senador Marco Rubio y sus aliados, enfocados en la cuestión Cuba-Venezuela como forma de “enganche electoral”, no fue suficiente para cautivar más de 50% del voto de esas comunidades, mientras que en todo el país y en esos distritos los demócratas alcanzaron récords de participación para una elección de mitad de período, con niveles de apoyo a sus candidatos que promedian 76% a nivel nacional. Priva, pues, en las prioridades el elector hispano otra agenda: la de las oportunidades y la inclusión dentro de la diversidad, que representan como colectivo en la sociedad estadounidense.
Por otro lado, los demócratas demostraron su fortaleza en el cinturón industrial de Pensilvania, Michigan y Wisconsin, que le dio la ventaja en los colegios electorales a Trump en 2016, a pesar de no tener la mayoría del voto popular nacional. Ganaron todas esas gobernaciones de estado y sus senadores, así como la mayoría de las delegaciones de diputados a la Cámara, de forma muy contundente.
Visto todo lo anterior, el camino a la reelección de Trump se estrecha de forma significativa. Más si se considera no solo la votación cerrada en Texas al Senado, sino en Kansas, otro bastión republicano, donde ganó la gobernación la candidata demócrata.
Como cierre del análisis de la jornada del martes, cabe destacar la diversidad que llegó de la mano del triunfo demócrata a la Cámara y altos cargos de representación popular. Un increíble proceso de empoderamiento al liderazgo de las mujeres en general; siete nuevos representantes de la comunidad latina (mayoritariamente también mujeres), sumando ahora una poderosa conferencia de 39 parlamentarios y una latina electa gobernadora de Nuevo México. En total, quedaron electos 51 latinos a cargos no solo federales o estadales, sino posiciones locales o judiciales y también la importantísima posición de fiscal general del estado de California, que quedó en manos del importante dirigente y abogado hispano Xavier Becerra. Llegaron al Congreso también las dos primeras diputadas de religión musulmana, junto con las dos primeras de origen indígena. En fin, un mosaico de representación que es reflejo de la sociedad estadounidense: un país diverso, plural, incluyente, donde los inmigrantes son bienvenidos porque son parte esencial de la sociedad de oportunidades y la movilidad social que siempre ha ofrecido Estados Unidos.
Interesante elección la de esta semana. Ya sabremos si los integrantes de ambas Cámaras, al margen de la agenda partidaria o la distorsión que introduce la Casa Blanca por los caprichos de Trump, podrán trabajar de forma más productiva o si continuará la tensión política que hace de Washington, por ahora, un centro político algo disfuncional.
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