El Diario de Ana Frank, en el que la adolescente judía describe con humor y ternura sus dos años de aislamiento penoso ante la persecución nazi, es uno de los documentos clave de la época del Holocausto.
El texto, que la Unesco declaró patrimonio de la humanidad, es un aporte invaluable a la vigencia universal de los derechos humanos y un testimonio de lo que nunca más debe volver a ocurrir.
Ana Frank, que el 12 de este mes habría cumplido 90 años de edad, nació en Frankfurt, Alemania, en el seno de una familia judía que en 1934 se marchó a Holanda huyendo de los nazis.
Aspirante a ser escritora, dejó dos versiones de su diario. La primera, que se conoce ahora como versión A, la había empezado cuando su familia ya estaba escondida de la dictadura de Adolfo Hitler en Ámsterdam.
Luego, tras escuchar por radio un llamamiento a documentar el sufrimiento de los judíos holandeses, Ana Frank reescribió en parte su diario con la esperanza de verlo publicado después de la guerra con el sugestivo título de “La casa de atrás”, de lo que resultó la versión B.
En 1940 los nazis invadieron Holanda y en 1942 intensificaron la persecución de la población judía, lo que obligó a la familia a esconderse en el anexo secreto de un edificio de oficinas junto con otros perseguidos.
El 4 de agosto de 1944, la Gestapo irrumpió en el albergue y apresó a las ocho personas que estaban allí.
Pero esa siniestra policía –que también lo fue del pensamiento– de cuyo plan indagatorio no escapaban siquiera los secretos inviolables entre el sacerdote y el penitente, hasta las mismas confidencias sagradas del matrimonio, no pudo controlar el Diario de Ana Frank. El texto fue publicado recientemente por primera vez en versión original completa, sin las correcciones y retoques que hicieron en su momento la propia autora y su padre, Otto Frank.
Ana Frank murió en marzo de 1945, víctima del tifus, pocas semanas antes de que el campo de concentración de Bergen Belsen fuera liberado por los británicos.
En memoria de esta jovencita que escribía con tanta propiedad de las penurias del aislamiento, la guerra, el mercado negro y la resistencia, y hasta de su propio yo –“Mi voz interior solloza”– se han erigido monumentos en muchas partes del mundo. La Escuela Montessori de Amsterdam lleva el nombre de Ana Frank.
Pero probablemente sea el diario que escribió como perseguida en Ámsterdam, su legado a la humanidad, lo que hará que viva por siempre.
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