María Margarita Galindo
La época actual nos ha acostumbrado a grandes avances científicos y tecnológicos en muy corto tiempo. Vemos casi a diario cómo el conocimiento cambia el mundo y cómo el conocimiento exige una permanente actualización en todos los espacios y áreas. La educación no escapa de ello, y se considera como una de los espacios más vitales a la hora de producir tal conocimiento. Esto ha obligado a redimensionar la conducta o acción social de los docentes como los principales líderes de este sector.
Es una gran realidad que ya nuestra sociedad no necesita docentes que solo sean unos “dadores” de clases, es decir, que piensen en sus estudiantes como simples depositarios de información. El mundo ha cambiado, si queremos información contamos con buscadores de información en la web: Google, Yahoo, Bing, Altavista, Ask, entre otros.
El concepto de maestro cambió. Por ejemplo, comparar un auto deportivo del año 1950 con uno de la época actual ¿es el mismo? No. La respuesta casi automática es negativa, porque, aunque conserva los mismos elementos de su estructura, el modelo, el sistema electrónico, de combustión, motor y acabados son totalmente diferentes. ¿Qué pasa entonces con la educación? Nuestras naciones, y especialmente Latinoamérica, muestra una estructura educativa casi que intocable, planes y programas que, aunque se les cambie el nombre, siguen siendo la misma estructura. ¿Por qué si una industria cambia, nuestra industria del conocimiento sigue siendo la misma? Si comparamos el llamado Manifiesto Liminar escrito por Deodoro Roca en el año 1918, observamos su actual vigencia. ¿Es que acaso la educación, así como su estructura, no cambia?
Nosotros no podemos seguir anclados en una educación de atraso, de dominio. La educación no es estática y es primordial que debemos reconocer tales cambios y transformaciones. Todo cambia y más en una época tan cargada de información y avances tecnológicos.
En pleno siglo XXI, invadidos por la globalización del conocimiento, donde lo que mueve al mundo es la invención, el descubrimiento, la creación, producción del conocimiento, no podemos seguir teniendo un sistema educativo obsoleto donde se considera al estudiante un aprendiz que recibe conocimiento por parte de su profesor, y por el otro extremo un docente que solo mira a sus estudiantes como unos referentes pedagógicos. El docente que exige nuestra sociedad es un docente que no solo sea docente, es un docente que sea capaz de innovar, de crear, de descubrir el conocimiento propicio para el desarrollo y la transformación. Este docente es el docente-investigador, es este el docente por el cual nuestras universidades deben luchar, es el docente crítico, analítico y creador que necesitamos.
Un docente-investigador jamás podrá ser engañado y menos dominado, pues tiene las herramientas necesarias para debatir, para producir conocimiento científico y tecnológico. Un docente-investigador es el líder necesario que permite el desarrollo del pensamiento y de la personalidad de un ser humano, no coarta su capacidad de libertad, de crear y producir ciencia desde todas sus vertientes.
El docente-investigador debe nacer desde nuestras universidades, pues estos son los principales centros de generación de conocimiento de un país. El docente-investigador es constructor de desarrollo, de progreso. El docente-investigador desde su hacer, ser y saber hace país con sus estudiantes, es el docente que desde esa formación epistemológica, metodológica, histórica, filosófica y sociológica que le caracteriza se reconoce como un ser productivo, no dominable por falsas ideologías y que siempre irá tras la búsqueda de la verdad.
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