¿Qué haría usted si tiene que entregar un artículo este día jueves, a más tardar, que será publicado el domingo siguiente y cuyo tema es del día anterior, sábado 23, día que se anuncia como crucial para el destino del país, no solo por la polarizada y potencialmente militarizada entrada al país de la ayuda humanitaria, sino incluso por la posibilidad de la culminación de un monstruoso período de décadas de despotismo y devastación. Pero también de otras posibilidades, muy indeseables, como que se desate una ola de violencia de considerables proporciones, que incluso involucre parte de la comunidad internacional, para detener o posibilitar dichos objetivos. Y por supuesto las opciones intermedias ya tomadas o a adoptarse en las horas que median entre que yo escribo y usted lee, transacciones o tácticas para postergar o minimizar las decisiones finales. Agregue que por la naturaleza de esta columna el tema es obligante y que no sería muy pertinente escribir en esta ocasión sobre los efectos del cambio climático en el cultivo del trigo o la época azul de Picasso, por trascendentes que sean ambas cosas. Quien escribe ha hecho los esfuerzos necesarios en busca de alguna clave que permita acercarse a la verdad, consultado a los supuestamente más enterados que esta vez no utilizan el punto final, más bien suspensivos. Por lo demás, los historiadores y afines saben que se puede dar con bastante verosimilitud con tendencias de un proceso aún muy complejo, pero salvo información aleatoria no resultan útiles los calendarios y los relojes. Esta queja la he repetido más de una vez, pero nunca en situación tan extrema, me excuso, pero hay que ver lo que representa predecir en un país que construyó un sólido líder en tres semanas y tiene no una sino dos cabezas, entre centenares de situaciones y personajes antológicos.
No me queda más que indicar lo que hoy creo y deseo fervorosamente. En términos categóricos pienso que estamos en el acto final de la enorme tragedia que ha vivido Venezuela en los últimos veinte años y que ha terminado por concernir a la humanidad como pocas situaciones de las últimas décadas. Basta pasearse por los medios del planeta para encontrarnos demasiado a menudo en las primeras planas. Un ejemplo, Deutsche Welle en español, la estupenda televisión alemana oficial, está dedicando un espacio diario exclusivo para dar cuenta de nuestras vicisitudes, desgracias sobre todo. No hay un solo ámbito de la vida nacional, de su alma y su cuerpo, que no haya sido demolido. Los millones de migrantes, las cifras de pobreza, los montos siderales de corrupción y los atropellos contra la Constitución y los derechos humanos muestran hasta la saciedad nuestros desiertos. Pero súbitamente las inmensas mayorías de ciudadanos se han echado a las calles por sus derechos, la amplitud y la intensidad del apoyo de los países democráticos tiene pocos precedentes, las dimensiones abismales de la crisis nacional en todos sus ámbitos supera lo imaginable, así como la incapacidad manifiesta del gobierno para siquiera atenuarla. Ambos órdenes de cosas indican que la única solución es retomar el camino democrático y alcanzar unas elecciones libres y dignas, devolverle la voz al pueblo. Eso va a pasar.
Es cierto que queda una incógnita fundamental que hoy yo no pude despejar con certeza. Posiblemente usted sí, este domingo. El papel del Ejército, que no es poca cosa, que puede hacer un daño de grandes proporciones porque las armas son el soporte definitivo de cualquier poder. Es la pregunta que pende sobre el país y donde las posiciones son irreconciliables. Padrino asegura que habrá que pasar por sobre sus cadáveres para que triunfe la libertad. Julio Borges dice que 99% del Ejército desea el fin de la dictadura de la que son víctimas como todos sus conciudadanos y, además, sometidos a la indigna tarea de sostenerla.
Las fuerzas armadas son una caja negra se suele decir; más en tiranía, donde el silencio y la sumisión son regla hiperbólica en su seno. Es entonces cuestión de creencia, lo más fundada posible. Al menos en mi caso, yo no dudo en apostar por Guaidó y Borges, me fío de su palabra y su honestidad.