Olys Velásquez López
La educación es un proceso de permanentes cambios y desarrollos. Su dimensión no puede estar asociada con una estática pedagógica. Desde las enseñanzas en las analectas de Confucio, las aulas aristotélicas, la escuela de Pestalozzi, hasta la visiones libertarias de Simón Rodríguez y José Martí, y más recientemente las ideas del maestro de América, Luis Beltrán Prieto Figueroa, o la maestra Belén San Juan, nuestra escuela ha estado marcada por diversos hechos que han impactado significativamente la historia contemporánea venezolana.
La educación no es una simple representación de enseñanzas, aprendizajes y conocimientos. No es un simple proceso entre el aprender y el comprender. La educación es la conjugación de una palabra pentavocálica que invoca el amor, su esencia; la imaginación; la ontología; el universo. Por ello, cuando Bolívar escribía a su hermana María Antonia sobre la educación que deseaba para su sobrino Fernando en su visión libertaria decía: “Un hombre sin estudios en un ser incompleto. La instrucción es la felicidad de la vida; y el ignorante, que siempre está próximo a revolcarse en el lodo de la corrupción, se precipita luego infaliblemente en las tinieblas de la servidumbre”. Entonces, no es casual sino causal la explicación de mucho de los males que hemos enfrentado durante la historia de la República.
Tal vez por ello, Ingenieros complementando las ideas bolivarianas en su obra Las fuerzas morales nos señala que la educación será eficaz en la medida en que sea respetada la vocación de los niños, sin violentar sus temperamentos e inclinaciones. Para Ingenieros la preocupación del Estado, de los docentes y la sociedad debería estar orientada hacia un equilibrio entre la inteligencia, sus emociones y aptitudes. Esa es una gran deuda que tenemos en el porvenir para transformar la educación no solo en sus componentes de infraestructuras y normas sociales, sino rescatando las virtudes del ser pese a las dificultades. La educación bolivariana, si quiere estar comprometida en su totalidad ante el surgimiento de una ciudadanía distinta, también debe tener un Estado comprometido que vaya más allá de la retórica.
Freire en la Pedagogía de la indignación se interpelaba si había que hablar de la muerte de la historia, renunciar a las ideologías, a los sueños, olvidarnos de las utopías, si debemos los docentes convertirnos en simples entrenadores pragmáticos del conocimiento, es decir, que el Estado tampoco puede convertirse en un ejecutante pragmático por y para la educación. Ese sería el fin de la escuela como alguna vez lo recalcó Iván Illich, no en su concepción literal, sino en su misión fundamental. Por consiguiente, para lograr la educación que necesita Venezuela como un todo ante los retos que nos impone una sociedad equilibrada con sus semejantes y en armonía con su ambiente y sus recursos naturales, necesitamos un docente y unas autoridades que conozcan nuestra historia y la propia educación.
Los sentimientos pedagógicos son otra fuente que yace entre el contexto de los cerúleos y la eudaimonia de la vida. La pintura, la música, la prosa, pero también la agricultura, la pesca, la textilería, la escultura o la alfarería son los signos ontológicos que deben marcar el espíritu y los pensamientos hacia la construcción de una educación distinta. Aquella que alguna vez sintetizaría Simón Rodríguez en su frase: Inventamos o erramos.
Sobre el pensamiento de Simón Bolívar al trabajar con la teoría y compararla con la praxis, utilizando la dialéctica y la reflexión, era algo muy positivo, porque nuestra educación se debe fortalecer precisamente sobre Bolívar bajo un pensamiento de educación liberadora y del citado maestro Simón Rodríguez, como raíces nuestras, en donde se funden vertientes como la refundación del Estado y de un maestro que debe ser un permanente estudiante, percibiendo las realidades y acoplándolas al proceso educativo.
Lamentablemente, la educación, que debe ser el centro de la estabilidad política y económica, ahora se encuentra totalmente abandonada por el Estado, que además ha menospreciado la carrera docente en términos no solamente pedagógicos y humanos. Es decir, el gobierno lleva su discurso por una vía, pero la práctica resulta todo lo contrario. De nada vale hablar de Simón Bolívar, Simón Rodríguez, Andrés Bello, o citar a Piaget, Freire, u otros importantes pedagogos cuando la educación en el país se encuentra en estado de postración. Se hace necesario un cambio inmediato en las políticas educativas.
Decía Luis Alberto Machado, aquel destacado venezolano del campo pedagógico: “La educación no es el problema fundamental, no es el problema prioritario. La educación es el único problema del país”. Si logramos encontrar en el pensamiento de Machado el centro de nuestros problemas, encontraremos en la educación el centro de la soluciones.
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