COLUMNISTA

Educación en desastre

por Arnaldo Esté Arnaldo Esté

Me llegan informes bien fundados (Encovi, CIE UCV, Memoria Educativa Venezolana y recaudos etnográficos propios) de la situación de la educación formal, tanto en términos estadísticos como de la calidad y características de lo que sucede en las aulas.

La exclusión de estudiantes del sistema educativo (también llamada malévolamente deserción en los informes oficiales para culpar al excluido de su propia tragedia) ha sido un mal tradicional, que por décadas se mantuvo en una media de 12% de un grado a otro. A esa exclusión, que se ha incrementado drásticamente, se ha agregado la exclusión de docentes en todos los niveles y especialidades. Aulas flacas de estudiantes y maestros que tienen que buscar otros destinos.

El discurso político electoral habitualmente aborda la educación en una perspectiva así, cuantitativa, que como vemos es muy grave, pero la reduce a lo que dan encuestas e indicadores. Pero desafortunadamente la educación, que es tal vez la más importante actividad organizada humana, es mucho más que cifras. Pero la tentación es grande y tomarse fotos besando niños con libros o en salones de clase da dividendos electorales.

El hambre y la mengua actual, como males graves e inmediatos, se pueden atender a corto plazo con alimentos y medicinas. Pero una educación de calidad, para la producción y la construcción de una nación, es difícil de lograr pero imprescindible.

La calidad de la educación tiene que ver con la pedagogía. Tiene que ver con lo que ocurre en las aulas, con la interacción que en ellas se logre. La clase tradicional, además de incrementada con esas exclusiones, sigue reducida a lecciones. A una reiterada actuación de los docentes que le otorgan al discurso la magia de producir, de por sí, aprendizajes, lo que bien sabemos es falso. Se aprende interactuando, participando a propósito de problemas que intrigan y propician esa interacción. Esto es cosa muy repetida y con abolengo y se dice en las aulas universitarias, pero no por ello deja de existir. Los docentes siguen dando esas lecciones, de las que queda muy poco.

Hay que profundizar en la democracia educativa, no solo como recurso pedagógico sino también político. El autoritarismo del docente que monopoliza todos los turnos prepara el terreno para los dictadores.

Profundizar en la democracia educativa requiere que ella, la democracia, sea ejercida constantemente propiciando con hechos la formación más que la memorización de informaciones.

La formación atiende al logro de valores y competencias. Valores (dignidad, participación, solidaridad, diversidad, naturaleza…) como grandes referentes necesarios para la toma de decisiones, los proyectos de vida de cada quien y el ejercicio adecuado y ético de las competencias.

Y competencias como el conjunto de saberes, disciplinas, habilidades, destrezas necesarias para el desempeño productivo y creativamente, en contextos sociales y laborales ciertos, ya existentes o necesarios de ser creados.

En este sentido fundamental hay mucho que hacer, y mucho que incorporar a las discusiones y propuestas necesarias para superar esta crisis general.

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@perroalzao