Cada día despertamos con datos sobre casi cualquier asunto. Dos buenas preguntas al respecto son si hemos claudicado ante la frialdad de los números, provocando una especie de insensibilización (por repetirlos una y otra vez), o si las estadísticas están sirviendo adecuadamente al propósito fundamental de nuestras acciones.
En estos días, en los que participé por tercera vez en Latino Impact Summit, en Naciones Unidas, retomé algunos datos, con el fin de ponerlos en valor y confrontarlos con la realidad. Uno de mis propósitos como activista social es promover la educación de calidad, en consonancia con los Objetivos de Desarrollo Sostenible. En este sentido, inquieta la alta tasa de deserción escolar en América Latina, especialmente entre los jóvenes de escasos recursos.
De acuerdo con la Unesco, la tasa neta de escolarización en América Latina y el Caribe subió a 76% en el año 2010 en secundaria, comparada con 49% en 1990. Sin embargo, lo más preocupante es la permanencia. Un alto porcentaje de estudiantes de entre 13 y 15 años de edad no asiste por desinterés, lo que demuestra falta de convencimiento sobre la posibilidad de un futuro mejor a través de la educación. Pero también se ausenta por temor a la violencia.
No hay dudas de que las dificultades educativas ponen en jaque el desarrollo económico y social de la región. Hoy se nos exige ser exponenciales: más creativos y más productivos, para no quedarnos obsoletos. Pero, ¿qué sucede si ni siquiera hemos podido asegurar una educación básica a los jóvenes?
En la Fundación Ismael Cala trabajamos en programas de formación en liderazgo e inteligencia emocional, para generar confianza, curiosidad, intencionalidad, autocontrol, capacidad para comunicar y cooperación. Estos proyectos buscan impactar a los jóvenes, porque es evidente que la escuela tradicional se ocupa poco del mindfulness como herramienta de creación de conciencia y resolución de conflictos.
Para cumplir estos propósitos son imprescindibles las alianzas con empresas, universidades, gobiernos y organizaciones de desarrollo social. Sin una educación integral de calidad, la región no podrá superar los enormes desafíos laborales, tecnológicos y sociales actuales. El aporte de las organizaciones no gubernamentales representa un granito de arena, pero el reto es inspirar a más personas e instituciones, e incorporarlas a la dinámica de cambio. Todo suma.
En cierta ocasión, el arzobispo de Calcuta preguntó a la Madre Teresa cómo iba solucionar el problema de miles de personas que agonizaban en las calles de la India. Ella, inmune al desánimo, le respondió: “De uno en uno”.
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