COLUMNISTA

Es la economía, imbécil

por Juan Marcos Colmenares Juan Marcos Colmenares

En el siglo XIII Venecia era una de las ciudades más importantes de Europa. Por más de cien años fue considerada uno de los núcleos comerciales más activos, gracias a su hegemonía en el comercio con la costa oriental del Mediterráneo. Desde Asia las caravanas traían ricas telas, perfumes, plantas medicinales, especias, perlas, piedras preciosas y mercancías de valores fabulosos, que eran embarcadas en los navíos de los comerciantes que desde Venecia los distribuían por toda Europa, creando así riqueza y prosperidad.

En el año 1271 Marco Polo, su padre Niccolo y su tío Matteo, motivados por la demanda de productos orientales en Europa y debido a los fabulosos beneficios económicos proporcionados por el comercio, fundaron la poderosa empresa mercantil Casa Polo; atravesaron todo el mundo conocido hasta el Extremo Oriente, establecieron relaciones directas con China y abrieron nuevas rutas para el comercio entre Oriente y Occidente.

Esa iniciativa comercial de los Polo los llevó a tener contacto directo con el emperador mongol Kubilai Kan, nieto de Gengis Kan, quien tomó a Marco Polo a su servicio nombrándolo comisionado y agregado al Consejo Privado del Kan. Los viajes de Marco Polo estimularon las caravanas de la Ruta de la Seda y de las Especies e impulsaron la economía del continente europeo.

En el siglo XV, a finales de la Edad Media, el crecimiento económico y la prosperidad de Europa exigió mayor demanda de las mercancías que llegaban de Asia por la Ruta de la Seda. El interés de acceder directamente a las fuentes de esos bienes que llegaban del Extremo Oriente, añadió más énfasis en la búsqueda de rutas marinas hacia la India y China.

Cristóbal Colón, convencido de que la Tierra era esférica y conocedor de las historias de Marco Polo, fue madurando su proyecto personal por el cual navegando hacia Occidente podía llegar a Asia Oriental y así abrir una nueva ruta marítima hacia las lejanas tierras de Catay y Cipango, nombres que entonces recibían China y Japón. Entre los años 1483 y 1492, apoyado por escritos de cosmógrafos y geógrafos antiguos, terminó de madurar su proyecto que presentó a los reyes de Portugal y después a los Reyes Católicos. Finalmente estos resolvieron apoyarlo porque lo consideraron como una opción de alcanzar y superar económicamente a Portugal, su potencia rival, que estaba realizando todos los descubrimientos y adquiriendo imperio y riqueza.

Hoy igual que ayer la economía es el factor determinante que mueve al mundo. El colapso de la Unión Soviética, el derrumbe de los regímenes socialistas de Europa Oriental y el desprestigio del comunismo, deben ser considerados como el triunfo del capitalismo, del libre mercado y de las democracias liberales.

Francis Fukuyama en su obra El fin de la historia opina que la nueva era estaría definida por el triunfo de las ideas liberales, por la democracia y por los mercados. Considera la caída del comunismo como consecuencia del triunfo de las democracias liberales; que la disolución del bloque formado por los gobiernos comunistas deja como única opción viable una democracia liberal, tanto en lo económico como en lo político; y que las ideologías ya no son necesarias y han sido sustituidas por la economía. Se trata de que ya no existen ideologías alternas al capitalismo como sistema económico y su prueba son las relaciones de producción capitalista existentes hoy en Rusia, China y Europa del Este, y su inclusión en la economía de mercado.

En palabras de Fukuyama: «El fin de la historia (y de las ideologías) significaría el fin de las guerras y las revoluciones sangrientas, los hombres satisfacen sus necesidades a través de la actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas». La tesis de Fukuyama coloca el clavo final en el ataúd del comunismo marxista-leninista.

Pero en Venezuela, los sectores políticos que hoy nos gobiernan están anclados en una mentalidad socialista, que culpan al capitalismo como el responsable de los males de los países pobres; idiotas estos que han abonado el terreno para el populismo, el estancamiento y el caudillismo; y que promueven el odio a Estados Unidos y al neoliberalismo.

El dogmatismo ideológico y la ceguera política de estos imbéciles no los deja aceptar la evidencia histórica de que el verdadero progreso es una alianza entre dos libertades: la política y la economía. En otras palabras, entre democracia y mercado.

Para poder realmente insertarnos en el siglo XXI tenemos que salir cuanto antes de estos imbéciles, que aplican las viejas recetas del socialismo jurásico (dictadura política y economía estatizada) que solo nos continúan hundiendo en el atraso y la miseria.

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