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¿Duque y Uribe: más de lo mismo?

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El visible y entusiasta apadrinamiento de Álvaro Uribe a la candidatura de quien será en unos días el presidente de Colombia es tema de conversación en los corrillos políticos colombianos y se especula, de lado y lado, sobre las bondades y riesgos de tal sintonía para el ejercicio de la Presidencia del país.

Iván Duque aún es un enigma tanto para los observadores de los asuntos públicos como para el colombiano de a pie. Álvaro Uribe no, y es por ello que al ex presidente le sobran tantos admiradores como detractores.

Del nuevo mandatario lo que se sabe es que es un político ortodoxo que llegó al poder con una propuesta de derechas, que ostenta una juventud que en algunos provoca desconfianza, pero que tiene en su haber una excelente preparación académica y una carrera profesional muy destacada. Su verbo es fluido, correcto, bien estructurado, ameno y jovial. Su talante es simpático y accesible, se sonríe con frecuencia, va al grano de las cosas y las aborda sin ambages, sin importarle cuál sea su complejidad.

Mientras uno tiene una personalidad férrea y sin dobleces, el otro aún no muestra lo que lleva dentro de su moral en materia de apegos y de emociones. Lo que sí es claro es que el abordaje de la agenda que le tocará al presidente electo requerirá de mucha estatura profesional, cantidad de moderación y poco apasionamiento y cabeza fría. Todos aplauden la indudable capacidad y conocimiento que tendrá Iván Duque, pero unos cuantos son los que rezan porque su estilo no sea el irreductible del presidente Uribe, quien no da nunca su brazo a torcer cuando siente tener la razón de su lado.

Otro tema es el nivel de compromiso que el recién llegado pueda tener con quien le apostó a ganador y puso de su parte su inmenso capital político para que lo consiguiera. Porque para nadie es un secreto que Duque habría tenido frente a sí una cuesta mucho más empinada en lo electoral si se hubiera basado solo en su prestigio profesional para optar a la Presidencia. El joven político logró catapultarse hasta alcanzar la mitad de los votos del electorado colombiano porque tenía en su haber el respaldo de un hombre con un portentoso nivel de apego de la colombianidad y con un puesto ya adquirido en la historia del país y por razones nada difíciles de imaginar.

Lo que tiene sentido en esta hora es pensar que Iván Duque querrá imprimirle a su mandato un sello propio para garantizarse una permanencia prolongada en la favorabilidad de sus electores y para recabar el apego de quienes no le confiaron su voto en la pasada contienda. Su accionar no deberá “per força” diferenciarse radicalmente de quien le ofreció apoyo y protección, sino más bien reforzar el importante legado en capital político que recibe del ex presidente. La diferenciación vendrá mediante la escogencia de un mensaje y un norte propio frente a la colectividad para singularizar su ejercicio como presidente. Hasta ahora, la escogencia de un caballo de batalla para su administración no ha podido ser mejor, y es el de trabajar en favor de la unidad de los colombianos, un objetivo para el cual cada colombiano pondría su parte, por haber experimentado en carne propia el dolor de una fractura entre hermanos que lleva medio siglo de vieja.

El tema no es solo válido universalmente, sino que evita la diatriba inútil que representaría estar a favor o en contra de la paz que lleva la impronta de Juan Manuel Santos.

Quienes le conocen aseguran que un hombre respetuoso de valores éticos y principios morales, como es Duque, nunca adversará a quien hizo posible su elección, y que su mano izquierda será igualmente capaz de resolver las diferencias que se puedan suscitar en aquellos temas por los cuales Álvaro Uribe quebró lanzas en su batalla sin cuartel en contra del acuerdo de La Habana.

Esa será su prueba de fuego y el elemento más demostrativo de su ecuanimidad y sentido del equilibrio político, gesto que –valga mencionarlo– nunca estuvo presente en el ánimo de su predecesor, quien pudo llegar al Palacio de Nariño con una tasa de apego de 73% alcanzada gracias a su tándem con Álvaro Uribe.

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