No es verdad que en Venezuela haya dos presidentes. Hay un presidente interino, Juan Guaidó, quien se juramentó como tal debido a su condición de presidente de la Asamblea Nacional, y ante la notoria usurpación del poder por parte de Nicolás Maduro. Y hay un señor que se presenta como jefe de Estado, siendo que carece de legitimidad de origen y de desempeño para ello, y que por tanto también carece de legitimidad para estar donde pretende seguir estando.
El primero representa la institucionalidad que se encuentra consagrada en la Constitución formalmente vigente, y el segundo representa a una hegemonía despótica, depredadora y corrupta que ha violentado y violenta esa misma Constitución, de una manera implacable. En otras palabras, de derecho hay un solo presidente, no dos.
De hecho, a través de la imposición de la fuerza, el ilegítimo con mayúscula hace y deshace como si el poder público fuera un patrimonio privado o, en todo caso, partisano. Pero eso no tiene nada que ver con la autoridad presidencial. Es más, una situación de semejante naturaleza es la contradicción flagrante a la autoridad presidencial, de acuerdo con las disposiciones de la Constitución.
Pero aparte de las consideraciones jurídico-políticas, tenemos que el ilegítimo con mayúscula, y sus colaboradores, han sumido el país en una catástrofe humanitaria en lo social, y han «logrado» arruinar la economía en medio de una bonanza petrolera. Si a ello agregamos el desprecio absoluto por los derechos humanos, y la imbricación de la hegemonía con la delincuencia organizada, nacional y transnacional, es obvio que sobran las razones de carácter constitucional para luchar por un cambio de fondo que, desde luego, pasa por la salida del ilegítimo.
Esa lucha no solo es un derecho del pueblo, sino una exigencia conforme a la Constitución de 1999. Muchos países que pertenecen a la comunidad internacional de carácter democrático, han terminado de calibrar el drama venezolano y, en consecuencia, están reconociendo al nuevo presidente. En ello acompañan a la abrumadora mayoría de la población venezolana, agobiada por ese drama y dispuesta a superar la hegemonía.
A la Fuerza Armada le corresponde acatar la doctrina militar de la Constitución. Entre otros aspectos, esta dispone: «La Fuerza Armada Nacional constituye una institución esencialmente profesional, sin militancia política… En el cumplimiento de sus funciones, está al servicio exclusivo de la nación y en ningún caso al de persona o parcialidad política alguna». Más claro, imposible.
No hay dos Venezuela. Hay una sola. No hay dos naciones venezolanas. Hay una sola. No hay dos presidentes. Hay solo uno.
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