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Dos bases de la cultura

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Reiteradamente hemos afirmado, en artículos anteriores, que el tema sobre el hombre es inagotable. Verdaderamente lo es. Pues, resultaría imposible pretender describir todo cuanto el ser humano ha hecho. Para confirmar esta aseveración basta, simplemente, con tomar conciencia de que el hombre es el autor único de la civilización. ¿Cómo la ha logrado? Creando e inventando los instrumentos para ello. Su misteriosa mente ha sido y sigue siendo pródiga. En ella anidan abundantes inquietudes que no le dejan vida tranquila.

Entre los tantos inventos del ingenio humano contamos con estas dos bases fundamentales para la difusión y el enriquecimiento de la cultura: la escritura y la lectura. Con el relevante invento de la primera el hombre le puso fin a la prehistoria y, con ella, empezó la cultura no ágrafa. Narra la historia que la escritura apareció, rudimentariamente, primero en la Mesopotamia, allá por el año 3.300 a de C., y se debió a la cultura que poseían los sumerios, que a estos le siguieron en esa actividad los asirios, los babilonios y, más tarde, los egipcios.

Y fue durante el segundo milenio, antes de la era cristiana, cuando realmente apareció la escritura alfabética, gracias a la invención del alfabeto por los fenicios, lo cual dio origen al nacimiento de los alfabetos modernos. Es la escritura la gran tecnología para la información. Debemos afirmar, categóricamente, que ella constituye la materia prima o, mejor, el más rico material para almacenar cultura. Sin ese prodigioso invento no se hubiesen escrito la Biblia, la Historia, la Filosofía, como tampoco contaríamos con las grandes obras literarias, ni existirían textos de ciencias.

Naturalmente, lo escrito es para leerlo. Por esa necesidad nos enseñaron a leer y seguimos enseñándola. Entonces, lectura y escritura son las dos formas intelectuales de comunicarnos los seres humanos. Para ello contamos, fundamentalmente, con algo esencial que técnicamente se denomina signo lingüístico, es la palabra. Ya sea oral o escrita.

Pero el uso de las palabras, debemos decirlo, no es autónomo, como estamos dentro de un mundo civilizado existen normas reguladoras, disciplinas establecidas por la gramática de cada idioma que deben ser acatadas. Sí, el hombre ha inventado también los idiomas, cada país, cada nación o grupo de naciones tiene el suyo. Se habla también de lenguajes o de lengua, que es el conjunto de los signos lingüísticos que integran el sistema de comunicación verbal y escrito. Al respecto, debe procurarse que las palabras sean siempre bien empleadas, que se combinen armónicamente para que resulte placentero escucharlas, leerlas y también pronunciarlas.

Nosotros tenemos el idioma castellano (quien aquí escribe prefiere este vocablo al de español, pues este nos suena más a gentilicio, a nacionalidad). Nuestro bello castellano tiene un ancestro bien lejano. Lo tuvo en Roma cuando, allá por el año 218 a de C, empezó la conquista y la colonización de la península ibérica. Durante ese lapso, de unos 200 años, los romanos fueron desplazando a los iberos, a la vez que imponían su gobierno y trasladaban a la península la variada y rica cultura romana en cuanto a ingeniería, vías de comunicación, acueductos, técnicas en agricultura y todo tipo de construcciones. A la vez que introducían nueva organización civil, política, jurídica y militar contenidas en el derecho romano. A esa culturización el profesor Oscar Sambrano Urdaneta en su obra Apreciación literaria la denominó “romanización de la península ibérica”. (Este tema lo continuaremos en próxima entrega).

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