Las primeras líneas de la ficción de Borges, Funes el memorioso, son estas: “Lo recuerdo (yo no tengo derecho a pronunciar ese verbo sagrado, solo un hombre en la tierra tuvo derecho y ese hombre ha muerto), con una oscura pasionaria en la mano…”. Sobre la novela del siglo XVII, Vida y opiniones del caballero, escrita por Laurence Sterne, opinó Javier Marías, al traducirla: “Tristan Shandy es mi libro favorito: es, a un mismo tiempo, la novela clásica más cercana al Quijote y a la del siglo en que escribo; tanto su recuerdo como su frecuentación esporádica me producen un indefectible placer; puede abrirse por cualquier página, con asombro y sonrisa siempre. No creo haber aprendido más sobre el arte de la novela que durante su traducción. Sin duda, mi mejor obra”.
No obstante el desafío de Borges, recuerdo que cuando fui a visitar a mi hermano Luis José, alias Ludovico, en una casa de rehabilitación (eufemismo por sanatorio mental), le pregunté qué había hecho en la semana. Me dijo, sobrio: “Termino Papeles desde el amonio y, además, me leí el Quijote por tercera vez”. Conversamos sobre el caballero y su escudero. Hoy, 40 años después, recuerdo y escribo.
Cervantes y Shakespeare comparten la cumbre de las letras entre todos los escritores occidentales, desde el renacimiento hasta ahora. Son cervantinas o shakesperianas las personalidades ficticias de los últimos siglos, o una mezcla de ambas. La diferencia fundamental entre estos dos genios queda ejemplificada en la comparación entre don Quijote y Hamlet. En efecto, el caballero y el príncipe van a la busca de algo, pero no saben muy bien qué, por mucho que digan lo contrario. ¿Qué pretende realmente don Quijote? No puedo responder. ¿Cuáles son los auténticos motivos de Hamlet? No se nos permite saberlo.
Puesto que la magnífica búsqueda del caballero de Cervantes posee una dimensión y una repercusión cosmológicas, ningún objeto parece fuera de su alcance. La frustración de Hamlet es que se ve limitado a Elsinore y a una tragedia de venganza. Cervantes y Shakespeare, que murieron casi simultáneamente, son los autores capitales de Occidente, al menos desde Dante. En las obras de Shakespeare él no aparece, ni siquiera en sus sonetos. Esta invisibilidad ha creado maliciosos comentaristas que aseguran que cualquiera, menos Shakespeare, escribió sus obras. El mundo hispánico no da refugio a ningún aquelarre que se esfuerce en demostrar que Lope de Vega o Calderón escribieron Don Quijote. Lo confirma el sabio Borges en su Pierre Menard, autor del Quijote, una ficción, o copia, idéntica al original. Es la originalidad de la copia. Cervantes habita su gran libro de manera omnipresente.
Regreso a mi pregunta inicial: ¿qué busca el caballero de la triste figura? Está en guerra con el principio de la realidad de Freud, pero no es un necio ni un loco, y su visión es siempre al menos doble: ve lo que nosotros vemos, y también algo más, una posible gloria que desea compartir. Unamuno llama a esta trascendencia literaria, la inmortalidad de Cervantes. Sin duda, eso es en parte lo que persigue el caballero; en la segunda parte, Sancho y él descubren que sus aventuras de la primera parte son conocidas allí donde van, lo que les llena de satisfacción. La segunda parte de Don Quijote se adelanta a su tiempo, pues el caballero, Sancho y todos con quienes se encuentran son conscientes de que la ficción ha irrumpido en la realidad.
Don Quijote y Sancho, cuando acaba esa magnífica obra, saben exactamente quiénes son, no tanto gracias a su aventuras, sino a sus maravillosas conversaciones, ya sean riñas o intercambio de intuiciones. ¿Por qué no nos despiertan al menos alguna reserva los tormentos, sociales y corporales, sufridos por don Quijote y Sancho? El propio Cervantes es la respuesta. Fue el más maltrecho de todos los escritores eminentes. Batalla naval de Lepanto, 1575, perdió la mano izquierda. Fue encarcelado y, más tarde, en 1605, volvió a la cárcel por una supuesta malversación. La primera parte se escribió rápido, sin problemas. La segunda por necesidad de rescatar su obra: un tal Avellaneda había escrito una continuación apócrifa.
La verdad estética de Don Quijote consiste en que hace que nos enfrentemos cara a cara con la sublimidad y la grandeza. Si nos cuesta comprender del todo la búsqueda de don Quijote, es porque nos enfrentamos a un espejo que nos sobrecoge incluso en los momentos de mayor gozo. Cervantes nos lleva siempre mucha delantera y nunca podemos atraparlo. Pienso que don Quijote y Hamlet, Sancho y Falstaff, representan algo nuevo en la tradición, pues todos ellos son a la vez sorprendentemente sabios y peligrosamente trágicos, cómicos y necios, la conjura del Dramatis personae. De los cuatro, solo Sancho es un superviviente, pues su saber popular es mucho más fuerte que su iluso apego al sueño de su caballero. Don Quijote es un sabio entre sabios pero, aun así, cede al principio de realidad y muere cristianamente.
A final de sus Papeles desde el amonio, escribió Luis José, (a) Ludovico, 37, “Virgen Santa, ayúdame a vivir sin sobresaltos; y tú, Cristo, hermano mío, nos veremos en el vino”. In vino veritas (“tráeme un whisky, que golpee, que dé duro”) no es una metáfora, es una frase dicha por Plinio el Viejo en su Naturalis historia. Se lo dijo Luis José, el marxólogo, a su hermano y cómplice Héctor, 43. Los mismos años, las mismas aguas de mi sobrevivencia. ¡Es difícil vivir!