¿Qué nos distingue a los seres humanos del resto de los animales? El poder de raciocinio, el libre albedrío y la conciencia es lo que nos distingue y hace superiores a los seres humanos.
¿Alguna vez te has preguntado por qué algunos llegan a tener una vida ordinaria, mientras otros edifican una obra de arte maestra y la convierten en un regalo inmortal?
Desde nuestro primer respiro y de forma inconsciente, vamos experimentando el proceso de educación, al que algunos hemos denominado “domesticación”. Con este proceso comienza el sufrimiento del ser humano, como comenta don Miguel Ruiz en su libro Los cuatro acuerdos.
¿Esto qué significa exactamente?
Tal como el proceso que experimenta una mascota al llegar a nuestros hogares cuando les decimos: ¡Siéntate! ¡Párate! ¡Aquí sí! ¡Aquí no! ¡Come!, etcétera, la domesticación es la constante instalación de creencias (lo que no son más que interpretaciones de cómo vemos el mundo) a partir de nuestras propias experiencias sociales con el entorno que nos rodea. Desde la mejor intención, padres, familiares, escuela, sociedad, religión y cultura van modelando y aportando a nuestra manera de ser y estar en el mundo.
Nos ocupamos mucho de adquirir conocimientos y modelar nuestra mente para sobrevivir en el entorno, pero dejamos a un lado el desarrollo de nuestra conciencia.
Muchas de esas creencias resultan ser limitantes porque nos alejan de nuestra esencia y propósito de vida. Vamos por la vida como autómatas, desconectados de nuestro ser divino, bloqueando nuestras capacidades, poder creativo y poder de acción.
A partir de esas creencias generamos autojuicios tales como “esto no es para mí”, “no soy suficiente”, “no sirvo para esto”, y así poco a poco vamos constituyendo una imagen de nosotros mismos basada en la descalificación.
La buena noticia es que estos pensamientos negativos no nos definen. Son solo eso, ¡pensamientos! Yo diría, incluso, que muchos fueron las mismas ideas que en algún momento de sus vidas nuestros adultos tuvieron de sí, y que a través de sus experiencias de vida, terminaron consolidando como una creencia y trasmitiéndola.
Tanto nos puede afectar este tipo de condicionamiento mental, que en 1978 las psicólogas Pauline Clance y Suzanne Imes acuñaron el término del “síndrome del impostor” para explicar la falta de autoestima que sufren las personas cuando son muy buenas en algo, pero no se sienten capaces de ello.
Dicho de otra manera más simple, las personas que lo padecen creen de forma errada que no son dignos del cargo que ocupan, que están usurpando el lugar de alguien más preparado, y que su éxito se debe a las circunstancias, y no a sus aptitudes, actitudes y capacidades intelectuales.
¿Te ha pasado?
Lo que estamos siendo –la conformación de nuestra personalidad– gracias a nuestras vivencias, la manera de vernos y de ver el mundo, puede ser alineado con nuestro ser superior y misión de vida, para que finalmente podamos ser eso que deseamos, y logremos ese anhelado equilibrio interior.
Como bien lo dijo Eduardo Massé: “Para dar lo mejor que yo puedo dar, primero necesito ser lo mejor que puedo ser”, y eso solo lo puedes lograr, tomando consciencia, identificando tus creencias limitantes y sustituyéndolas por nuevas que te abran posibilidades y empoderen.
¡Practica el autoconocimiento como símbolo de amor propio y atrévete a trascender tus limitaciones!
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