COLUMNISTA

Dolor infinito

por Sergio Monsalve Sergio Monsalve

La tortura ha vuelto, como tema,  a la palestra de la opinión pública a causa del crimen del capitán de corbeta Rafael Acosta Arévalo, desaparecido, mostrado en público en silla de ruedas y finalmente ingresado a la estadística de la máquina de violación de derechos humanos del régimen, con su historial de represiones, lesiones, bajas y asesinatos selectivos. 

¿Qué ha dicho el cine sobre el particular? Directamente nada o muy poco en Venezuela, salvo las excepciones de TO3 de Ugo Ulive y Nunca jamás: Presos políticos de Claudia Smolansky, dos cortometrajes sobre ciudadanos humillados y vejados por el Estado en centros de detención.

Cada uno de los trabajos referidos se hizo en un contexto histórico determinado.

El primero de ellos se ubica en los años de lucha contra la guerrilla, alrededor de 1972.

El segundo pertenece a la generación de relevo de la dignidad, estrenándose en 2019.

Del mismo modo, resulta pertinente la visualización de Tiempos de dictadura de Carlos Oteyza, el cual indaga en los métodos terroríficos aplicados por la Seguridad Nacional de Marcos Pérez Jiménez.

En tal sentido, siempre cobrará una nueva vigencia la denuncia de Juan Vicente Gómez y su época, dirigido por Manuel de Pedro para cuestionar el expediente negro de los calabozos y grilletes de La Rotunda.

El género de no ficción, por tanto, puede evitar que la censura se imponga, al reivindicar la memoria de las víctimas y las personas que vivieron bajo un período de inquisición política.

Los ejemplos en el mundo aportan innumerables lecciones.

Patricio Guzmán lidera la batalla en su Chile natal, a través de una importante cantidad de piezas y largometrajes, como las recientes La nostalgia de la luz y El botón de nácar, abocados a exponer el legado de cenizas de Pinochet, desde sus infames vuelos de la muerte hasta los cementerios improvisados en los desiertos del país austral.

El realizador utiliza la cámara para dejar constancia de los sucesos que pretenden encubrirse y silenciarse.

El cine tampoco perdonó la impunidad de las intervenciones bélicas, de las ocupaciones nazis, de los fascismos ordinarios del siglo XX, de las prisiones comunistas, de los atentados de Al Qaeda, de los caminos de Guantánamo, de los daños colaterales del Medio Oriente, de las campañas de destrucción masiva, de los campos de concentración, entre Occidente y el extremismo de Isis.

Hablamos de una importante cantidad de filmes, obras maestras y películas como Taxi to The Dark SideS.O.P.Look of SilenceThe Act of Killing y S21: la máquina roja de matar.

Es Rithy Pahn el creador que más ha profundizado en las desastrosas secuelas que acarrearon las prácticas marxistas desarrolladas por la secta fanática de los socialistas radicales de Camboya.

A falta de evidencias concretas, pues fueron quemadas y eliminadas, el autor emplea el recurso de la narración, en primera y tercera persona, para compensar los hiatos, las lagunas y los vacíos discursivos, acerca de un pasado de ignominia.

La espléndida La imagen menguante combate la estructura de la mordaza al relatar el genocidio sistemático de una nación influida por las ideas de la izquierda.

Como no existen fotos y menos archivos, la cinta explica, con técnicas de animación de figuritas de barro, la forma en que se cometieron las masacres y los desmanes, bajo la conducción de la uniformada burocracia de los Jémeres Rojos.   

El costado del drama y del pánico merecen una revisión paralela, a la luz del impacto de diversas franquicias y obras de contenido experimental.

Sería recomendable la proyección de Salo y la infausta serie Saw, con el propósito de entender los límites de la tendencia, separando al arte de la mera explotación pornográfica del dolor de los demás.

En cualquier caso, la justicia ha demostrado que alcanza a los villanos y a los malhechores, en el tribunal de las pantallas.

En el presente inmediato, las redes sociales compensan la ausencia informativa que busca tapar la tortura con medios que nadie ve.