Desde el año 2013, sin pausa pero sin prisa, nuestro país ha estado envuelto en una crisis lamentable y dolorosa, debido al bajón que sufrieron los precios del petróleo por un lado, y por el otro, por la inercia del Ejecutivo en tomar acciones acordes para solventar las dificultades que nos tienen sumidos hoy, a tres meses de finalizar el 2018, en una vorágine hiperinflacionaria que castiga a los más pobres. A esto se suma una escasez pronunciada en rubros como las medicinas y los alimentos, acompañada por una devaluación de nuestro signo monetario, que ha convertido al bolívar soberano en papel decorativo y llamativo por su diseño innovador, pero sin ninguna capacidad adquisitiva para cumplir su misión de ser soporte de compra y de ahorro para los venezolanos.
Muchos de nuestros compatriotas no tienen cómo cubrir sus necesidades alimentarias, ya que los precios tienen una variación más rápida que los ajustes salariales, y castigan a la mayoría de la población.
Además, tenemos gobernantes cuya única finalidad es aferrarse al poder, sin importar las consecuencias de sus decisiones equivocadas en el ámbito económico, y en su afán de controlarlo todo, toman medidas insuficientes que empeoran aún más las cosas, al punto de desencadenar una crisis humanitaria nunca vista en Latinoamérica, que ha causado que muchos connacionales busquen otros horizontes para mejorar su calidad de vida.
Aumentar el sueldo mínimo sin tomar en cuenta los costos de producción de los artículos y, al mismo tiempo, controlar los precios de los diferentes rubros, son acciones que han creado efectos colaterales, porque de forma directa se verán reflejados en la devaluación de la moneda y en el ajuste de los precios de los diferentes productos, ya que el consumidor es quien paga el valor de la mercadería que vaya a utilizar y/o consumir, en pocas palabras, todo se convierte en un círculo vicioso.
Entonces nos preguntamos, ¿la dolarización es el camino a seguir para corregir las distorsiones económicas en Venezuela? Es harto conocido que la inflación que sufrimos es la más alta del mundo, a pesar de que el Banco Central de Venezuela desde hace tiempo no publica cifras oficiales, pero al salir a la calle podemos notar las variaciones que sufren los costos de las cosas en un tiempo relativamente breve, que a veces varía de un día para otro, por eso, no importa qué tanto suban los sueldos, los ingresos siempre estarán por debajo del costo de la vida.
Naturalmente, con la dolarización, la economía sufriría de forma positiva una estabilización inmediata y, a la vez, los ciudadanos recuperarían su poder adquisitivo. Es un secreto a voces que los egresos están amparados por la moneda norteamericana, ya que nadie confía en el bolívar soberano para realizar transacciones como la compra y venta de bienes inmuebles, automóviles o cualquier operación que amerite satisfacer alguna necesidad. Por lo que toca a los sueldos y salarios, estos se siguen devengando en moneda local, lo que no permite alcanzar a costear los gastos a los que debemos hacer frente cada día.
No obstante, hay que decir también que estar anclados al dólar le quitaría autonomía al Banco Central de Venezuela, con respecto a la emisión de moneda y estaríamos subordinados en su totalidad a las políticas de la Reserva Federal de los Estados Unidos. En un país como el nuestro, en el que solo dependemos del petróleo, no tenemos el flujo de dólares suficiente para inundar el mercado, ya que las otras actividades económicas están paralizadas o funcionan con una capacidad mínima.
Ejemplos en América Latina los hay de países que cambiaron su moneda local y adoptaron al dólar, tales como Ecuador y El Salvador, por citar algunos. No obstante, para lograr el equilibrio monetario tardaron años, y al principio las personas devengaban sueldos y salarios míseros. Otro caso a evaluar sería el de Grecia, con una deuda aproximadamente de 320.000 millones de euros (unos 358.000 millones de dólares), que el país simplemente no estaba en condiciones de pagar.
La explicación más simple para la misma es que durante muchos años la nación europea estuvo gastando más dinero del que producía y financiando ese gasto a través de préstamos; cualquier semejanza con la realidad bolivariana, es mera coincidencia.
En el país helénico anclado a una moneda, en este caso al euro, el gobierno de Alexis Tsipras realizó ajustes radicales y afectó áreas sociales (educación, salud, pensiones), al tiempo que aumentó el desempleo y muchos griegos viven por debajo de la línea de pobreza, todo con el fin de adecuarse a las exigencias de la Unión Europea.
Volviendo a nuestra realidad, sin ser experto en el área económica y tomando en cuenta la verdad del país, este momento no es el más adecuado para pensar en una dolarización. Es cierto que se deben realizar reformas importantes en el área económica, pero en Venezuela, analizando las políticas diseñadas por el Ejecutivo nacional, vamos inexorablemente a abrazar la experiencia cubana con su período especial, ya que estamos forzados a compartir una existencia de escasez y bajos ingresos.
La nación está atravesando un momento difícil, con un aislamiento autoinducido, ya que se niega a acudir a organismos multilaterales, y se dedica solamente a resaltar la importancia de los ideales de la revolución bolivariana y su responsabilidad con los lineamientos trazados por el comandante eterno.
El presidente Nicolás Maduro explica su accionar como respuesta a una supuesta guerra económica, para justificar las medidas de austeridad ya implementadas, que se expresan en la emisión del carnet de la patria, en las cajas de comida y en el aumento de la gasolina.
Vamos por mal camino, pero para que el país funcione se debe llegar a un pragmatismo económico, que permita un crecimiento sostenido capaz de brindar bienestar a los venezolanos, sin perder la sensibilidad social para ayudar a los más vulnerables y, por último, pero no menos importante, tener racionalidad en lo político: no se puede gobernar descalificando al que piensa diferente o encarcelando a aquellos que osen levantar la voz de protesta. Estamos muy lejos de cumplir esas tres premisas; mientras nos aferremos a caudillos improvisados y nos dejemos llevar por cantos de sirena, el populismo siempre será en Venezuela una forma de gobernar.