María Margarita Galindo
El quehacer formativo diario debe llevarnos al análisis racional y crítico de la realidad, no basta con ser simplemente docentes, pues ese papel de tener profesores que exclusivamente se dedican a “dar clases” ya ha evolucionado. Nuestra globalizada sociedad exige cambios y transformaciones en nuestro sistema educativo y particularmente en la profesión didáctica.
La realidad indica que necesitamos docentes-investigadores, y que no estamos hablando de dos simples individuos ejerciendo una determinada profesión; estamos hablando de la fundamental interconexión que ha de existir entre la docencia y la investigación como un único concepto.
Ahora bien, cabe la pregunta: El docente-investigador ¿cómo se hace? En este contexto, podemos abordar dos escenarios, el primero, si tal interrogante solo se puede asociar con el interés del individuo y este nacimiento tiene que ver mucho con ese contexto y un medio que lo motive e instale en las esferas de la profesionalización avanzada y no del conformismo, y el segundo escenario, referido al hacer, donde no es solamente la formación que deben ofrecer principalmente nuestras universidades a sus docentes, la que termina por generar la vocación investigativa.
Definitivamente, el docente-investigador se hace, y se hace desde la formación del ser, el saber y el hacer que las instituciones universitarias deben contemplar en este proceso formativo. Al respecto, José Peña (2017), coordinador del Doctorado Latinoamericano en Educación señala que los elementos o “pilares” que a juicio propio deben sostener toda investigación son: la historia, la filosofía, la sociología y la *epistemología internalista. Lo que significa que la formación de un docente-investigador debe estar conectada a esta realidad, porque son precisamente estos pilares los principales elementos de formación científica que no deben estar alejados del docente que pretenda fusionarse en el plano de la investigación de su hacer.
En este orden, un docente que aspire a transitar de la docencia tradicional a ser un docente-investigador obligatoriamente debe mantenerse en un medio que propicie la investigación científica desde la solidez de una formación crítica, analítica y racional en los elementos mencionados. Las universidades están llamadas atender a ese llamado, lo cual también significa que el Estado tiene como deber apoyar desde líneas de acción definidas en políticas públicas la formación de sus docentes-investigadores, que es la figura que exige la sociedad para la evolución de su educación.
Para inyectar la creatividad e innovación en nuestras aulas solo es posible lograrlo transformando el papel protagónico de nuestros educadores en el sistema de un aprendizaje que sea constantemente innovador. Primordialmente, los países latinoamericanos debemos desprendernos del papel pasivo y poco productivo del docente, hay que comprender qué es la investigación.
Contradictoriamente, en el caso venezolano, nuestras universidades no solamente atraviesan por una profunda crisis presupuestaria, así como éxodo de profesores, fundamentalmente aquellos que tienen una hoja investigativa, mientras el Programa de Estímulo a la Innovación e Investigación (PEII) fue eliminado arbitrariamente por el Ministerio de “Ciencia y Tecnología”, sin ni siquiera informarles a sus registrados, quienes no solamente dejaron de recibir los exiguos estipendios, sino que ahora se convoca para un “nuevo” registro para el que suponemos la principal credencial “académica” será portar el “carnet de la patria” o del partido oficialista.
En otras palabras, en las universidades nacionales las investigaciones propiamente dichas, así como las publicaciones en medios nacionales e internacionales, o revistas arbitradas, así como participación en foros, eventos o congresos quedaron suprimidos de la “investigación académica” que, por cierto, desde la Presidencia de la República recibieron el remoquete de “intelectualoides”, y ante esta realidad resulta evidente que en Venezuela los investigadores prefieren marcharse del país y dejar un inmenso vacío para el desarrollo de la nación.
En conclusión, el desarrollo es la garantía del anhelado progreso de nuestras naciones, por eso, es vital trazar políticas públicas educativas bien definidas para alcanzar la formación de docentes e investigadores, y cuando se alude al término políticas públicas la intención es poder considerar todos los factores políticos, sociales, educativos, económicos y culturales que implica impartir dicha formación desde nuestras universidades.
Esperemos que nuestra región logre evolucionar sobre la base de la figura de permanentes investigadores unidos con el campo de la docencia, y que en Venezuela, más temprano que tarde, regrese por la senda de formación del docente-investigador.
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